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El arrebato del PP

El estudioso norteamericano del pensamiento político Mark Lilla, cuya obra ha sido difundida ampliamente en España, sostiene que vivimos una era ilegible. Tras el eclipse de las ideologías se ha formado una espesa niebla que nos impide leer con claridad los acontecimientos. Descifrar la política actual es una tarea ardua porque no sigue un patrón racional y estable. Pero si queremos comprender lo que pasa y conducir nuestros actos en alguna dirección, no tenemos más remedio que intentarlo. ¿Cómo se explica que el PP, un partido bien asentado en todo el país, invicto en la última década, sin que medie una derrota electoral, haya elegido para presidirlo y, por tanto, para dirigir al gobierno de la nación, si consigue una mayoría en las próximas generales, a un candidato sometido a una investigación judicial abierta, paralela a otra que ya provocó una sonora dimisión, con la promesa de variar el rumbo político de la organización? La decisión, desde luego, es de alto riesgo. Y debemos presumir que los miembros del partido son conscientes de ello. Por otro lado, el PP, como todos los grandes partidos con una larga historia, es una maquinaria pesada, que responde con dificultad a los desafíos del entorno. Lo demuestran su actitud ante la corrupción, que tan cara le ha salido, y los problemas surgidos a la hora de aplicar un procedimiento nuevo en la selección de su líder.

Entonces, ¿por qué finalmente ha sido Pablo Casado el elegido, después de haber sido relegado por los afiliados a la segunda posición? La escasa información facilitada por el comité organizador del congreso se presta a la confusión, pero es suficiente para saber que la inmensa mayoría de los afiliados no ha participado en las primarias. Desconocemos las razones de su abstención. En todo caso, resulta imposible calibrar en qué medida la composición del Congreso representaba fielmente al conjunto del partido y la influencia que pudo haber tenido en su desenlace. Tanto los candidatos como los compromisarios han expresado la necesidad de reformar los estatutos del partido.

Aparte esta consideración, de la mayor importancia pero cegada por la falta de datos, cabe interpretar la elección de Casado como una reacción ante la pérdida de apoyo electoral por los escándalos de corrupción, la progresión de Ciudadanos a costa del PP gracias a un discurso más afilado sobre la cuestión catalana y la inesperada salida del gobierno. Las bases apreciaron en los últimos meses un declive general del partido y esperaban de sus dirigentes en el gobierno una respuesta más enérgica en todos los frentes que no llegó. Su frustración fue en aumento hasta dispararse con la moción de censura.

Aún así, otras circunstancias decantaron el Congreso a favor de Casado. La más decisiva ha sido la coordinación de los damnificados y los discrepantes del estilo político de Rajoy para aprovechar la ocasión de tomar de nuevo el control del partido, que habían perdido, no sin oponer una fuerte resistencia, en 2008 en el Congreso de Valencia. Las tensiones internas en el PP han estado aplacadas durante el periodo en que el partido ha estado en el gobierno, pero han vuelto a manifestarse con cierta virulencia con motivo de las primarias. La oportunidad era única y por eso, y por la posibilidad real de victoria, Casado nunca estuvo dispuesto a renunciar a la segunda vuelta. La venganza personal de Dolores de Cospedal, una más de las viejas cuentas personales y políticas saldadas en este congreso, hizo el resto.

En resumen, la elección de Casado es el resultado de una pugna por el poder en el interior del PP, que el procedimiento electoral ha contribuido a hacer explícita. A Soraya Sáenz de Santamaría le ha faltado el colmillo político de Rajoy para enfrentarse a sus numerosos y obstinados adversarios. No fue capaz de movilizar todos sus apoyos, el momento era poco propicio para identificarse sin más con el legado de su mentor y las enemistades cultivadas durante años encontraron el terreno abonado para ejecutar su sentencia.

Queda por ver si Casado se va a dirigir a los electores en los mismos términos que ha hablado a los compromisarios. Su deshilachado discurso ante el plenario anuncia una vuelta del PP a posiciones más conservadoras, pero su ambición de aspirar a mayorías absolutas y su ambigüedad hacen dudar. La sociedad española de hoy no es la misma que la que gobernó Aznar, ni su sistema de partidos, ni su agenda política.

El efecto más inmediato de la decisión adoptada por el PP será un endurecimiento de la política española. No es lo que más conviene a nuestro multipartidismo, pero es una tendencia común a los partidos derechistas de Europa y a las democracias más avanzadas. Ese clima será un estímulo para Podemos y los independentistas, y situará al PSOE ante el sempiterno dilema de escorarse hacia la izquierda o hacia el centro, el único espacio político donde puede sobrevivir Ciudadanos. Del discurso de Casado se deduce que el PP ha decidido cerrar el periodo del liderazgo de Rajoy como si fuera un mero paréntesis en su historia. Parece que el partido busca emociones más fuertes, pero no se olvide que la política se mide por los resultados.

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