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Señales de humo

La sombra del fanatismo y la ignorancia en el solar europeo

Los españoles que educamos nuestra mirada en el cine y en los tebeos de entonces, adquirimos el hábito de escudriñar el horizonte en busca de señales de humo, como prueba de la amenazadora presencia de tribus hostiles. Tribus cuyos legendarios nombres recitaban al detalle los exploradores de la caballería, una mala versión anglosajona de la Malinche, nada más echar un vistazo a la primera flecha que oían silbar y que para nosotros, perplejos y suspicaces ante una astucia solo comparable a la del Chapulín Colorao, eran todos "apaches". Aprendimos también, de paso, a mosquearnos. Porque ya se sabe que el enemigo puede intentar engañarnos y los "apaches" bien pueden ser malvados hombres blancos disfrazados, interesados en robar el oro de las pieles rojas o en satisfacer cualquier otro interés inconfesable, que tarde o temprano termina por conocerse, puesto que el bien siempre triunfa. Mejor temprano, para dar menos oportunidades a los malos de hacer daño y más al mocín de evitar una catástrofe.

Sobre la colina se elevan columnas de humo, mientras por el solar europeo cruza de nuevo la sombra del fanatismo y la ignorancia que convirtió los primeros años del siglo XX en un récord de maldad insolente, que diría el tango.

Cuando quieran imponernos lenguajes artificiales es lícito ponerse en guardia. Nos recuerda Víctor Kemplerer, en su "LTI. La Lengua del Tercer Reich" que "?a menudo se cita la frase de Tayllerand según la cual el lenguaje sirve para ocultar los pensamientos del diplomático (o de una persona astuta y de dudosas intenciones). Sin embargo, la verdad es precisamente lo contrario. El lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o ante sí mismo, y aquello que lleva dentro inconscientemente? El mayor enigma del Tercer Reich seguirá siendo el hecho de que este libro (se refiere a 'Mi lucha' de Adolfo Hitler) pudiera y hasta debiera ser difundido ante la opinión pública y que aun así Hitler accediera al poder y lo retuviera durante doce años, a pesar de que la biblia del nacionalsocialismo llevaba años circulando antes de la toma del poder?"

Es fácil compartir la perplejidad de Kemplerer, expresada con una templanza que emociona, al ser él mismo una víctima de la barbarie, como es moralmente obligado atender la advertencia.

Schiller, a su vez, escribe lo que sigue en sus "Cartas sobre la educación estética de la humanidad" : "?vive en tu siglo pero no seas su criatura; ofrece a tus contemporáneos lo que necesitan, no lo que alaban? Expulsa de sus placeres la arbitrariedad, la frivolidad y la grosería, e inadvertidamente las habrás desterrado de sus actos y, por fin, de sus sentimientos. Dónde quiera que los encuentres rodéalos de formas nobles, grandes e ingeniosas, envuélvelos de símbolos de lo excelente, hasta que la apariencia supere a la realidad, y el arte a la naturaleza".

Comparto con ambos que nuestra más sólida esperanza está siempre, por lo tanto, en los caminos del arte y la razón. Son caminos esforzados y lentos, puesto que excluyen los atajos y trabajan con la persuasión y no con la violencia, precisamente por eso son también caminos admirables, honrados y seguros. A veces heroicos como reconoce Kemplerer poniendo a su mujer, alemana aria, como ejemplo. Las prisas son siempre malas consejeras, incluso en la era de lo instantáneo; lo significativo es lo que permanece.

Cerca del final de la guerra, Lincoln celebró una importante reunión de acercamiento a los hombres del Sur. Cuya delegación lideraba Stephens, viejo amigo, a la sazón enemigo y vicepresidente de la Confederación. La reunión, inteligente y cordial, iba terminando. Entonces Stephens trató de conmoverlo pintándole la desolación y los destrozos causados por la guerra. Pero Lincoln se cerró en banda a parlamentar con rebeldes armados.

Este es el diálogo que Emil Ludwig recoge en su excelente biografía de Abraham Lincoln:

"¡Pues Carlos I de Inglaterra trató con rebeldes armados!", apuntó uno de los acompañantes de Stephens.

A lo que Lincoln respondió: "No puedo alardear de especiales conocimientos históricos. Para esas cosas deberá usted entenderse con Seward. Lo único que sé, con toda seguridad de Carlos I es que, al fin, le cortaron la cabeza".

"Entonces, -replicó Stephens-, ¿nos considera usted como rebeldes dignos de ser ahorcados por delito de traición?".

"Exactamente", fue la respuesta de Lincoln.

"Ya nos lo habíamos figurado nosotros, -continuó Stephens-. Pero sí he de decirle la verdad, no tenemos gran miedo de ser ahorcados mientras sea usted Presidente."

Es ocioso decir que lo que permanece es la libertad y la abolición de la esclavitud, aunque la obra esté siempre inacabada. Lo que permanece es el respeto y la admiración por el "honrado Abe", como le llamaban sus vecinos y compatriotas, por algo sería, y la eterna condena moral de sus asesinos.

Los europeos de buena voluntad sabemos bien cual es el precio de la libertad humana y desde las Termópilas hasta aquí algo hemos contribuido a su defensa con nuestro arte, nuestra razón y también, desgraciadamente, con nuestra sangre y nuestro sufrimiento. Cuando recordamos a Kemplerer nos avergonzamos, cuando leemos a Schiller nos emocionamos, cuando pensamos en Abraham Lincoln nos enorgullecemos, y cuando miramos al futuro confiamos en el ejemplo de todos ellos y en nosotros mismos, a pesar de las señales de humo, o precisamente por ellas. Lo único que no cabe esperar es que dejemos de ser lo que somos: Europa y su civilización; un respeto, me parece a mí.

Sepamos, como nos exhorta Raymond Aron, inclinarnos por la ruptura de todos los lazos, no para complacernos en la soledad, si no para elegir a nuestros compañeros entre aquéllos que saben combatir sin odio y se niegan a ver en las luchas de la plaza pública el secreto del destino humano.

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