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Supremo deleite (sobre Cangas y la pólvora)

Una respuesta a los enemigos de los espectáculos pirotécnicos

Tras los acontecimientos ocurridos en Cangas del Narcea durante la noche del pasado sábado han sido múltiples las manifestaciones de odio vertidas por algunos usuarios en las redes sociales.

Durante el último año, el discurso de los antis y de la "oposición permanente" se ha consumado como la línea de discurso mayoritaria de la "Turba Twittera". Resulta vergonzosa la capacidad "neoludita" que tienen los usuarios para atacar a la pólvora y a sus usuarios, así como para escudarse en una crítica civilizada hacia la barbarie del ruido (y es cierto que los decibelios "aceptables" poco importan durante la Descarga) como también hacia los "voladores", símbolo para estos ímprobos polemistas de esa España primitiva y lejana.

Pero la diferencia con la realidad es enorme. Cangas exorciza a sus demonios en el cielo de los 16 de julio; como Nueva York contemplaba, a ojos de Rem Koolhaas, sus desastres en la feria de Coney Island. También hay una fobia hacia "lo no urbano", hacia "lo rural", como si se tratara este espectáculo de algo casi animal, cuando paradójicamente la emoción es lo más humano que existe.

Me explico: si bien es cierto que el riesgo constituye uno de los atractivos fundamentales de nuestra fiesta, éste nunca es el principal. Hay estruendo, hay exceso y hay pasión desmedida... ¿Pero acaso no es la obra de Wagner (perfecto trasunto pirotécnico del Romanticismo) un mareo tan absoluto como incomprensible? Cangas del Narcea no es, pues, tan distinto a Bayreuth, y "La Descarga" es nuestro particular "Liebestod".

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