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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Comida para tiburones

Los tiburones del Acuario de Gijón devoran caballa y pota en cantidades industriales. Sólo teniéndoles saciados se impide que, como dicta el refrán, el pez grande se coma al chico. O sea, que el escualo abra la boca y se desayune, de un bocado, un mero y una lubina y no deje ni las raspas. Y que en cuatro días nos quedemos sin peces en los tanques de Poniente, y haya que encomendarse al milagro de la multiplicación de las sardinas y los panes.

En su supina ignorancia, uno siempre pensó, quizá por influencia de los terrores infantiles de aquella película de Spielberg de banda sonora desasosegante, que el menú preferido del tiburón es pierna de bañista tostada o brazo de surfero al aroma de neopreno -menú del tiburón blanco, me refiero, que entre los escualos ocurre como en la especie humana, que la raza blanca pasa por la más civilizada pero acaba siendo la más voraz y sanguinaria-. Por no hablar de los tiburones de Wall Street o de las tortugas marinas, por acercarnos al océano local, que ralentizan la vida política municipal.

No es tan malo el tiburón como lo pintan: se estima que los seres humanos provocan la muerte de unos 200 millones de tiburones cada año, mientras que los tiburones atacan entre 50 y 70 personas por año y sólo entre cinco y diez de esos ataques son mortales.

Eso sí, que no se les ocurra a los buzos del Acuario, camareros del menú del día de los tiburones, despiezar a estos bichos de aleta inquietante un bonito como si fuera un ronqueo de atún de almadraba. Si le cogen el gusto al túnido, algún ejemplar de colmillo afilado es capaz de huir del tanque y tomar asiento en la terraza del Baizán para que Flor le cocine, con la aquiescencia de Don Julio, una ventresca a la plancha.

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