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¿Qué hubiera sido de mí sin libros?

Cómo la literatura se convierte en la mejor medicina para gozar las horas

Sin ánimo de pedantería, ya han transcurrido muchos años para presumir de ello, puedo proclamar que he nacido en una familia que, a cualquiera que se lo cuente en los tiempos que corren, lo primero que pensarán es que intento colársela por la trastienda. A nuestro domicilio, a primera hora de la mañana, llegaban tres periódicos: LA NUEVA ESPAÑA, "La voz de Asturias" y "Región"; al mediodía se incrementaban con prensa de Madrid: "ABC" y "Pueblo". Los lunes era un día soso, tan sólo nos llegaba "La Hoja del Lunes". Por si alguno no lo ha pillado, hablo de la década de los 50, 60 y 70 del pasado siglo en el que los síntomas de libertad y democracia aún no habían germinado.

Nos encontrábamos en plena dictadura. La libertad de expresión era un bien añorado, la censura acorralaba prensa y literatura, los lectores aprendimos a interpretar los mensajes entre líneas, los directores eran clave -sin ofender al régimen por lo que pudiera ocurrir- por la manera de narrar noticias, editoriales y comentarios para expresar la negrura intelectual y política en la que el país estaba inmerso. Paco Arias de Velasco, Juan Ramón Pérez de las Clotas y Alberto Cepeda en LA NUEVA ESPAÑA; Robín de "La Voz de Asturias"; Ricardo Vázquez Prada, en "Región"; Emilio Romero dirigió "Pueblo", Luis Calvo y Torcuato Luca de Tena el "ABC". Excelente plantel de directores que tanto colaboraron en la vida social de los españoles.

Dos personas fueron fundamentales en mi formación. Mis tíos Jesús y Manuel Arias (Antón de la Braña, escritor y autor de obras de teatro en asturiano y de textos escolares, además de maestro represaliado). Su relación era más que cordial, sin embargo, se pasaron media vida discutiendo sobre literatura. Cualquier hora del día era buena para polemizar sobre lo que Pérez de Ayala, Azorín o Pemán habían escrito aquel día en la Tercera. Si bien tampoco eran ajenos a las controversias Baroja, Unamuno, Valle, Maeztu, Blasco...Cuál de ellos destilaba peor genio; quién, entre todos, era más corrosivo o por qué tal obra era la más representativa de la Generación del 98. Muy a menudo, uno u otro, me pasaban el libro sobre el que debatían para que leyese cuál o tal párrafo y que aportase mi opinión.

Los clásicos, en aquellas preciosas ediciones de Araluce, habían sido los cimientos. Más tarde los del 98, Rosalía, Larra y tantos más cambiaron mi manera de entender la literatura. Tiempos duros para los libros, sin embargo, recuerdo con nostalgia aquella famosa colección: "Novelas y cuentos", baratísima, impresa en papel de periódico, a la que tanto jugo sacamos y cuánta hambre de lectura nos quitó. Más tarde fueron las bibliotecas Universal y Austral, las dos de Espasa-Calpe. Ahora, con los años, me doy cuenta de que existe un tipo de magnífica literatura que si no la degustas entre adolescencia y juventud jamás llegarás a hacerlo: clásicos rusos, franceses e ingleses son buen ejemplo de ello: una notable laguna en nuestra formación si no alcanzamos la cima con Tolstoi, Dostoyevski, Pushkin, Marcel Proust y los siete volúmenes de "En busca del tiempo perdido", que al final se hacen cortos. Alguno me criticará por analfabeto: jamás he podido con el "Ulises" de Joyce, y miren que lo he intentado veces?

A la par fui catando y devorando cientos de autores, una gran mayoría pasaron, sin pena ni gloria, por mi tamiz cerebral; otros aportaron simiente y abono suficiente para perfeccionar mi paladar literario y, a la vez, incrementar mi mayor vicio: buscar cada minuto la perfecta compañía en las páginas de un buen libro. Sin duda, la mejor medicina para gozar las horas.

Novelas, ensayos, poesía, teatro, libros de viajes, biografías, ecologismo, montaña?, de todo, como en la viña del Señor, maduró mi cognición. De algunos escritores he olvidado hasta el nombre, si bien tengo la certeza que algo han aportado a mi formación. Unos pocos siempre estarán presentes en mi cerebro y, aunque sea anárquicamente les rendiré un humilde homenaje. José Donoso, Golding, Casona, Cela, Jack London, Darwin, Konrad Lorenz, Gerald Durrell, Mihura, García Márquez, Borges, Cortazar, Vargas Llosa, Josep Pla, Neruda? Por supuesto, he de confesar que unos pocos me han señalado, tanto los he leído y releído que han pasado a formar parte íntima de mi ser.

Uno de ellos es P. G. Wodehouse, quizás el mejor humorista del siglo XX; creador de desternillantes novelas protagonizadas por personajes de la alta sociedad inglesa en los años veinte del siglo pasado, en las que destaca su célebre mayordomo Jeeves y las argucias a las que ha de recurrir para salvar la cabeza de chorlito de Bertie Wooster. Honda huella me ha dejado Miguel Delibes y su creación imaginativa, siempre asociada al sentimiento de la tierra y la vida provinciana; a la naturaleza y el campo, espacios en los que recrea al máximo y sin concesiones el sobresaliente legado de la lengua castellana. Un ucraniano nacido en 1857, nacionalizado inglés en 1886, Joseph Conrad, con sus maravillosos relatos y novelas cautivó mi corazón y me reveló los secretos del mar. Por último, con la convicción de haber dejado en el tintero a multitud de ellos, he de hacer mención especial a Clarín y su obra magistral: "La regenta". Uno de mis libros de cabecera. ¿Qué hubiera sido de mi vida si ellos no hubieran existido? ¡Recupera el placer de la lectura, qué los libros te acompañen!

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