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La Espuma De Las Horas

Maupassant y su inquilino negro

La pequeña y gran biografía de Savinio destapa los detalles más íntimos de la vida del atormentado cuentista

De los cuentos de Guy de Maupassant -ojalá no todo el mundo se haya olvidado de lo que significó el escritor nacido en Dieppe- son deudores desde Chéjov a Horacio Quiroga, o Gabriele D'Annunzio, que literalmente lo plagió en su antología de Pescara. Con prosa sencilla ausente de artificio, supo plasmar en sus grandes relatos el misterio fruto de la observación pesimista y misántropa que embargaba su carácter. Cualquier cosa menor, la menos previsible, encierra algo de desconocido para Maupassant. Quienes hayan leído El Horla, El diablo o cualquier otro de sus cuentos, sabrán a que me refiero. La pérdida del dominio de sí mismo le hizo sumirse en una terrible confusión hasta el final de sus cortos días.

Alberto Savinio describe en la pequeña biografía que acaba de publicar Acantilado ese París conservador e inmovilista que inspiró la crónica social y misteriosa de Maupassant, "....en el que un millón de habitantes, sin contar los niños, los muy viejos y los paralíticos de todo tipo, no pedía sino du vin et de l'amour (vino y amor)". El de sus contes, y al que llega desde Argelia George Duroy, el protagonista de la más famosa de sus novelas, Bel-Ami.

Maupassant y 'el Otro' es uno de los textos más felices y elusivos de Savinio, un ensayo mordaz y reflexivo, lleno de digresiones, y a la vez un fragmento de autobiografía, abierto a todos los vientos de la inteligencia, que parece resurgir en cada página ofreciendo perspectivas que de repente de desmoronan con calculada indiferencia. El autor logra extraer de las sombras un segundo plano de Maupassant, el del doble discreto que le ayuda a traspasar el umbral de la demencia, un dios exigente, su inquilino negro.

Alberto Savinio, seudónimo de Andrea de Chirico (Atenas, 1891-Roma, 1952) y hermano del fundador de la Scuola Metafísica, Giorgio de Chirico, y, como él, pintor, además de escritor y músico, fue de todos el artista plástico más dotado para la palabra y probablemente el escritor mejor dispuesto para la pintura. Leonardo Sciascia imaginó su huella en el siglo XVI en Sicilia en un mural de una iglesia de Catania, Santa aria di Gesù. Lo hizo en un relato como homenaje a su mundo de memoria, incidencias, coincidencias y refracciones.

Savinio era un surrealista cívico, adscrito al diletantismo artístico, que aspiraba a iluminar el mundo con la luz de sus colores, la elegante sabiduría de sus palabras y el sonido de su música. Al igual que Schopenhauer, a su vez filósofo de cabecera de Maupassant, estaba decepcionado por las enciclopedias y escribió una particular sobre la filosofía, Savinio reunió también las piezas del saber que le interesaban en su propio diccionario que engloba conocimiento de la A la Z. En una de las entradas, el autor reflexiona sobre los trinos de los pájaros que interrumpen la voz monstruosa del nacionalsocialismo, la torpeza de Wagner (Wagner era un gaffeur), la lucha de Indra contra Arimán, y los diferentes rostros del mal, encarnados en una misma raza: Atila, Alarico, Barbarroja, Guillermo II y Hitler. Acaba en una misteriosa novelita de intriga, La vieja señora Plover, que cayó en sus manos cuando se encontraba en la casa de su primo, donde se refugiaba para escapar de los fascistas durante la ocupación alemana de Roma. Una sucesión de relatos encadenados guiados por el conocimiento.

Con el mismo doble hilo que utiliza para sus mejores historias, Savinio cose en la biografía de Maupassant cada uno de los detalles que explican el abismo que separaba la vitalidad del escritor de su terrible angustia vital. Un libro precioso.

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