Cuando se trata de dibujar con palabras el perfil humano de Enrique Pérez, decano del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Industriales del Principado de Asturias, al que acaban de condecorar con la insignia de oro y brillantes del Consejo General de su profesión, saltan a la memoria de forma irremediable los versos machadianos dictados por el poeta a sí mismo en soliloquio, en uno de los retratos mejor cincelados de la lírica escrita en castellano: "En el mejor sentido de la palabra bueno". Nunca escuché a Enrique hablar mal de nadie y a nadie hablar mal de Enrique, de manera que resulta lógico que se haya convertido en uno de los gijoneses ilustres más galardonados en vida, por cuanto acumula a esta reciente distinción otros tantos entorchados, como haber sido nombrado Grupista Ejemplar, Embajador de Gijón, Alumno Distinguido del Real Instituto Jovellanos y Socio de Honor del Sporting.
O sea, que estas líneas van dedicadas a uno los gijoneses más celebrados y también celebradores, pero no por hacer acopio de parabienes sociales sino en su calidad de hombre justo, de hombre bueno. La bondad es la disposición permanente, aunque cada vez menos visible, que empuja al ser humano a hacer el bien, de manera amable y generosa, encaminándose por la vida en el respeto por sus semejantes y preocupándose por el bienestar de los otros tanto o más que por el de uno mismo. Ser bueno no es sinónimo de ser blando, sumiso, ingenuo o pusilánime. Por el contrario, los hombres buenos al estilo que describían los versos de Machado se distinguen por la catarata de energía y optimismo que imprimen a sus acciones, que además adornan permanentemente con una cálida sonrisa y aderezan, a mayores, con sentimientos de confianza, cariño y respeto hacia los demás. Todas esas virtudes adornan a Enrique Pérez, un chaval de Gijón que nació en la calle Electra, en El Llano de Arriba.
