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El cochino del atentado

El uso que el Gobierno de Venezuela ha hecho del supuesto ataque a Maduro

Muchos se han indignado por el atentado que sufrió el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante su discurso en el acto de conmemoración de la Guardia Nacional. Pero han sido todavía más numerosos los que se han indignado por presentar una comedieta frustrante como un magnicidio frustrado. Maduro está acabando su perorata con una larguísima huevonada sobre el resurgir económico venidero cuando se oye una explosión. En las imágenes televisivas Maduro y varios mandos militares del Estado Mayor, que le acompañaban en la tribuna, miran hacia el horizonte, pero sin demasiados aspavientos. La esposa del presidente y expresidenta de la Asamblea Nacional, Cilia Flores, se mueve más y roza con su mano la de la persona que tiene a su derecha. Lo que ocurre a continuación es chocante. Aparecen lo que son, presumiblemente, una decena de agentes de seguridad, que cubren a Maduro con varios paneles metálicos. Tardan cuatro o cinco segundos en hacerlo. Pero es que además se quedan ahí, tapando al presidente, como si esperaran que trajeran una cerveza polar, la cerveza sin rival. Un tipo grande y gordo, sosías de Maduro con un paraguas que no abre, se planta al lado tranquilamente, como si su mera y grasienta presencia fuera capaz de disuadir al francotirador más curtido. Pasan cuatro o cinco segundos más - media eternidad en un operativo de esta naturaleza - y entonces, y solo entonces, se llevan a Maduro fuera de la tribuna. Otro detalle asombroso: nadie se ocupa de Celia Flores. Pero nadie. Más asombroso todavía: con su marido tapado o tapiado por los paneles antibalas la (también) ex Procuradora General de la República sonríe casi beatíficamente. Por cierto, Maduro está rodeado por generales y coroneles, pero ni uno solo se acerca a protegerle, le dirige la palabra, pega un grito. Casi lo contrario de lo que ocurre con la tropa y los suboficiales que aguardaban en la explanada de la avenida Simón Bolívar: rompieron filas y salieron por patas y algunos no pararon hasta La Guaira.

El Gobierno venezolano ha asegurado que se trató de un ataque criminal con drones cargados de explosivos. A las pocas horas un portavoz insistió repetidamente en que los autores ya estaban detenidos. No hay constancia documental de los hechos ni se ha informado sobre las identidades de los presuntos terroristas. Apenas 48 horas más tarde el propio Maduro insistió en que la mayor parte de los autores materiales no solo estaban ya detenidos, sino vertiginosamente procesados. ¿Cuándo? ¿Por orden de qué autoridad judicial? Y, por supuesto, la autoría intelectual era responsabilidad de "la ultraderecha venezolana" en conexión con la "ultraderecha colombiana" bajo la macabra tutela del presidente saliente de Colombia, Juan Manuel Santos. Un atentado cuyo origen, planificación, logística y autoría quedan desentrañadas en apenas dos días por unos servicios de inteligencia tan brillantes y diligentes que fueron incapaces de anticiparse al mismo no es un atentado propiamente, sino una ocasión magnífica para endurecer más el régimen, criminalizar con más brutalidad aun la disidencia, militarizar más sistemáticamente las estructuras de poder, convertir la excepcionalidad en norma de actuación para las fuerzas policiales y parapoliciales y enardecer la todavía amplia base social del chavismo, centenares de miles de pobres y empobrecidos que viven de la patibularia y selectiva caridad del Estado, disfrazada de proyecto revolucionario.

Maduro y sus secuaces gestionarán políticamente este atentado virtual como se hace con la matanza del cochino. Del cerdo no se desperdicia nada. Del atentado lo aprovecharán todo: el miedo, la indignación, la rabia, el asco, el cansancio, el espíritu de venganza, la desilusión. Aunque me enredo con las metáforas. En la mesa de Maduro y los suyos el cochino no es el atentado. El cochino es Venezuela.

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