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Homenajes y abucheos

Ante el aniversario del atentado de Barcelona

Días antes de que los Reyes y el presidente del Gobierno se personen en Barcelona para asistir al primer aniversario de los atentados terroristas de Las Ramblas y Cambrils, lo único que se sabe con certeza sobre el acto de homenaje a las víctimas es que las organizaciones independentistas (ANC y Òmnium) no darán orden de boicotearlo expresamente, que la CUP insistirá en ello, y que el presidente de la Generalitat mantendrá su ambigua postura de siempre bajo la excusa de que "Cataluña no tiene Rey" y que Felipe VI aun no ha pedido perdón por el tono de su declaración institucional del 3 de octubre pasado. Así pues, queda a criterio de ciudadanos anónimos la posibilidad de que se produzca un abucheo contra los monarcas durante el homenaje. Una posibilidad, por cierto, a la que el Rey ya debería estar más que acostumbrado desde que le toca presidir la final de la Copa de fútbol que él patrocina y en la disputa figure un equipo catalán (el Barça concretamente, porque no hay experiencia de que tal reacción se llegase a producir si en la confrontación participase el Espanyol, el Girona o cualquier otro menos comprometido con la causa). Por tanto, quedamos a la espera de que todos los que cobran de la nómina del Estado (sean independentistas o no) se comporten con la dignidad y el respeto que merecen las víctimas del trágico suceso y no ocurra nada desagradable.

Luego, vendrán las inevitables interpretaciones interesadas. Los medios constitucionalistas alabarán la valentía del Rey por meterse en ese avispero. Y los proclives al independentismo le sacarán punta a cualquier manifestación de disidencia con la monarquía para hacerla representativa de un sentimiento popular mayoritario. A los que somos vocacionalmente republicanos estos juegos con los símbolos no nos gustan nada. Entre otras cosas porque perjudican gravemente a la causa del advenimiento de la Tercera República.

Si el movimiento a favor de un cambio de régimen hubiera surgido en Cataluña con vocación de extenderse, de forma solidaria, al resto del Estado, no habría inconveniente en secundarlo. Al fin y al cabo, entre los territorios españoles, Cataluña es una comunidad que va a la cabeza y bien podía servir de guía para el resto del país. Pero el proyecto se circunscribe de forma exclusiva a Cataluña y es evidente (al menos así lo manifiestan sus promotores) que en el caso hipotético de que se proclamara una República española sería sobre la base de que existiese también una República catalana independiente de ella. Una tesis que atufa a supremacismo y al nacionalismo más rancio, populista y pequeñoburgués (incluida en él la banda del 3%). Al margen de todo eso (que no es poco), el independentismo incloncluso de Cataluña está sirviendo en el resto de España para avivar las manifestaciones políticas más reaccionarias y la causa de un monarquismo ultramontano. No hay más que sintonizar algunas emisoras de radio para oír apocalípticas advertencias sobre la amenaza de un reconstituido Frente Popular. Con el mismo tonillo agrio y desagradable que empleaba la radiodifusión franquista para insultar al enemigo interior. Los que la hemos oído podemos dar fe.

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