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Sol y sombra

Agosto en la ciudad

Cuando la soledad resiste como anacronismo del verano

Ayer fue 15 de agosto. Ferragosto viene del latín Feriae Augusti y ancestralmente se celebraba coincidiendo con el final de las labores del campo. En Roma sigue siendo una fecha especial, los escasos romanos y los turistas condescendientes con el sueño monumental de la piedra pasean por la plaza Navona desierta, con el calzado pegado al asfalto derretido por el sol. Para aliviar las altas temperaturas, el Papa Inocencio XI estableció como norma que los tubos que descargaban el agua de las fuentes debían bloquearse para que éstas se desbordaran y así convertir el lugar en una gran piscina.

La tradición del 15 de agosto era y es salir en estampida en dirección a cualquier lugar, sin embargo, hay romanos que eligen la comodidad de pasear por las calles fantasmales y los parques, protegiéndose como pueden del calor, mientras oyen a los grillos cantar en las cornisas barrocas de las casas. La soledad es un anacronismo del verano que se manifiesta con cierto esplendor en las ciudades cerradas por vacaciones. Como escribió Carlo Levi, "la ciudad de los hombres se va a otra parte, a las playas y las montañas, con sus hábitos, sus ansias, su estruendo".

Oviedo dormía ayer a las cinco de la tarde una siesta a medias en las inmediaciones de la Catedral con grupos de turistas arrimados a las paredes, resguardándose del sol debajo de los aleros, y escuchando las explicaciones de una guía sobre el escudo y los símbolos locales delante de una tienda de recuerdos. La cháchara se perdía en un rumor de multitud aletargada, sumida en un ocio perezoso y, como en Roma, bastaba un minuto de silencio para evocar cualquier tiempo remoto.

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