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Tino Pertierra

Hablemos en serie

Tino Pertierra

Patrick Melrose nos espera en el infierno

Un gran Benedict Cumberbatch encarna a un aristócrata cargado de adicciones y atormentado por una niñez traumática

Podría ser una comedia impura. No lo es. Podría ser un muro melodrama. Tampoco lo es. Patrick Melrose goza, en estos tiempos en los que la originalidad escasea, del beneficio de la duda desde el primer momento. Y qué momento: una noticia que debería ser triste degenera en una vomitona que podría ser cualquier cosa menos fúnebre. Aunque, en realidad, destapa muchas esquelas íntimas. Todo un tratado de la demolición humana en cinco formidables capítulos que nunca dan al espectador lo que espera: risas agrias cuando merodean las lágrimas, llantos circunspectos cuando se invocan fantasmas que bordean la comicidad. Arriesgada apuesta que funciona casi siempre gracias a unos guiones cosidos con hilo de acero y aguja de seda, puestos en escena con elegante sentido del amortajamiento visual (nunca unos escenarios tan lujosos han escondido tanta ruina moral) y, aquí hay que ponerse en pie, un reparto insuperable encabezado por un Benedict Cumberbatch pluscuamperfecto al que arropan secundarios del calibre de Jennifer Jason Leigh, Hugo Weaving o Blythe Danner.

Olvidé presentarles a Patrick. Es un aristócrata inglés abrasado por fuegos internos que le acompañan desde la infancia, lastrado por recuerdos infectados de odio y miedo que le dejó su abominable y al que su madre le traspasó su amor por empinar el codo. Se nutre de las cinco novelas escritas por Edward St. Aubyn adaptadas por el siempre eficaz David Nicholls ("Lejos del mundanal ruido", "One Day", "Grandes esperanzas") bajo la punzante dirección del alemán Edward Berger (responsable de la estupenda "Deutchland 83"), abarcando un espacio de tiempo que arranca la Francia de 1960 y concluye en la Gran Bretaña que inicia nuevo siglo. Tiempo y escenarios más que suficientes para que, además de ofrecer un retrato preciso y despiadado (quizá por ello hurañamente conmovedor), Patrick Melrose sea también una crónica certera y sutil de los cambios sociales que dieron al traste con muchos privilegios e inundaron las zonas de confort de las clases altas pilladas con el pie cambiado.

Atormentado, confuso, hedonista y definitivamente frustrado, Patrick Melrose es un personaje que huye de sí mismo por la vía rápida de las adicciones que borran (por un tiempo) los renglones torcidos de una vida que empezó a irse por el sumidero desde la más tierna infancia, cuando se abrieron heridas que jamás se cerrarán. Poco a poco nos vamos enterando las razones de ese lento pero pertinaz desangramiento íntimo, de por qué Patrick teme / odia / desprecia a su temible, odioso y despreciable padre mientras su madre se hace la tonta, o la loca. Asustada también, fugitiva por descontado.

La serie no juega a escondernos cartas porque no busca el misterio sino la intriga, y por eso descoloca los naipes para que sintamos por Patrick la misma curiosidad desconfiada que aquellos que le tratan: tan ingenioso, tan divertido, tan imprevisible, tan tolerante a su manera, tan lúcido en su caída a los infiernos, donde le espera, quizá, un último rayo de esperanza que le parta en dos.

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