Eran dos mujeres. Estaban sentadas próximas a mí en una de las terrazas del muelle, en Castropol, comenzando a comer. La mayor, de cincuenta y tantos años, muy atractiva, ropa adecuada al veraneo de una urbanita -camisa de tonos suaves con pantalón beige y zapatos de tacón bajo-. Era desenvuelta, parecía acostumbrada a mandar. La otra, guapísima, era de sonrisa poderosa, sobre los treinta, también con el pelo castaño y ojos verde-grisáceos impactantes. Llevaba un vestido liviano estampado de color azul, con sandalias color playa vieja y reloj de hombre. Con sol, la gente disfrutaba en la ría con sus botes de vela latina. Una trainera entrenaba, avanzando veloz. Cada poco llegaba con gente la barca que cruza a Ribadeo.
-Lo entiendo en críos, pero no me entra en la cabeza cómo los mayores perseveráis en sumergiros en el agua del mar, llena de peces, cefalópodos, crustáceos y todo eso, que hacen sus necesidades en ella. Y están las algas; no conozco nada más viscoso, decía la mujer mayor.
-¡Pero mamá, si no hay nada mejor para la salud que los baños de mar!
-Eso era antes, pero ahora con el petróleo disuelto en el agua? Y toda esa radioactividad de los bidones cargados de residuos. Y el océano infestado de submarinos atómicos. Bueno, de hecho, ya no hay pesca, se han agotado todas las especies?
-Pues Juan buenos calamares que trae cada vez que sale con la lancha; ya verás hoy.
-Juan, tu marido, es un perfecto idiota, como sabemos todos. Solo vale para andar por aquí de vacaciones, con esos ridículos pantalones cortos y su sonrisa de general MacArtur, con las "ray-ban" de cristal verde. Y mucho bufete, pero sueldo de palafrenero.
-No, si ya se que Juan te cae genial desde el primer día? Pues papá está encantado con él.
-Tu padre, otro mentecato que cuando estamos en Oviedo no hace más que hablar de lo que pescó aquí. Todo mentira. Si no fuese porque los necesitamos para dormir la siesta de vez en cuando, nuestra especie podría funcionar a las mil maravillas sin hombres.
La hija sonreía moviendo la cabeza. La última majadería del yerno, según la madre, había sido cubrir la pared de piedra que daba al patio con yedra, como si Castropol fuese la selva virgen. Gracias a esa hiedra la casa se llenaría de escorpiones, de picadura mortal.
-La yedra ha sido una idea estupenda, le da un sabor precioso a la casa, mamá. Y en Asturias no hay escorpiones.
Existen infinidad de especies de hiedra, aunque la más común es la Hedera hélix, y dentro de ésta un buen puñado de variedades. Si alguien desea ocultar un muro, o crear una pantalla, o incluso dejar de tener problemas con el césped, la hiedra hará su trabajo con eficacia, máxime teniendo en cuenta que es perenne. Esa es su virtud: una pared de aspecto frío o grisáceo se transforma en un lugar romántico y evocador. Y según la variedad puede adaptarse a todo tipo de exposiciones.
En cuanto a cuidados, casi no necesita. Salvo el pulgón, no soporta plagas importantes y si no hay grandes excesos de humedad tampoco tendrá dificultades con los hongos. Se busca la vida. Su reproducción es muy simple. Basta con hacerse con un esqueje que presente alguna raíz aérea, y plantarlo en cualquier época del año. Crecerá sin más.
Importante: aunque está incluida en las listas de plantas medicinales, es peligrosa para tratamientos internos, debido a su toxicidad alta. Menos riesgo plantea su utilización mediante emplastes para reumatismos, celulitis, varices y úlceras, aunque puede dar reacciones no deseadas.
-Y se pasa el día describiendo gaviotas, sabiendo de sobra que las detesto, que si patas amarillas, que si naranjas, que si la música en Pravia, cortó de la que pinchaba un frito de pixín.
-Mamá, la casa de Castropol era del abuelo. Tu llevas toda la vida viniendo y siempre hubo gaviotas.
-Ya, pero tu abuelo era normal. ¿Qué se puede esperar de alguien que clasifica gaviotas?
