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Sol y sombra

La simpatía, un concepto esquivo

Vivimos en un mundo complicado, hasta el punto que cuando no son las palabras las que arrojan oscuridad lo son los conceptos vagos y difusos. Por ejemplo, coloquialmente la simpatía ha sido sustituida por la empatía. Se dice empatizar y no simpatizar, pero en el fondo estamos casi siempre hablando de lo segundo.

La simpatía refleja ante todo cierta confianza, la inspira todo aquel al que se le supone buen oído. Uno tiene que estar atento a los demás si quiere caer simpático. Al empático, sin embargo, no le basta con estar en guardia: además de mostrarse agradable tiene que resultar comprensivo, afrontar con la persona que lo padece el problema, aunque ello le convierta en su confesor. Se es simpático cuando se siente lo que le pasa otro, aunque no se comprenda. Puede resultarnos simpático el que no ha hecho nada por nosotros, y no tanto al que le estamos agradecido y guardamos reconocimiento. Pero no, en cambio, simpatía.

Es algo complicado resumir una forma de ser que apenas requiere esfuerzo y a la que tantos seres humanos se rinden de manera tan arbitraria. Por ejemplo, el más antipático tiene a alguien que le resulta simpático. Pongamos un ejemplo algo extremo: Aznar. Bueno, pues hasta el propio José María Aznar seguro que despierta simpatía en algunos. La simpatía es simple oído mientras que la empatía implica comprensión emocional.Pero la gente, por lo general, sigue hablando de simpatizar cuando repite empatizar de forma tan insistente y pelmaza, lo único que ha cambiado es que una palabra se ha convertido en tendencia y la otra ha dejado de estar de moda. La simpatía, en cualquier caso, ya digo, nunca se interpretó del todo bien, ni en la vida, ni en la ficción. No ha tenido exégetas como la Biblia. Igual, por eso, la palabra ha mudado y con ella el concepto.

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