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Javier Cuervo

Leonor abre su agenda yendo a misa

La Princesa de Asturias pudo aguantar los actos de una jornada con tres efemérides como meteoritos de la historia caídos en el Auseva

Gran día de Asturias el de 2018. Sol para la playa de Rodiles y para el monte Auseva.

El 8 de septiembre de 2018, como todos los días históricos que lo son antes de suceder, no aporta gran cosa a las vidas corrientes, pero los libros de historia enseñan a apreciar fechas en lugares con reyes. Las fechas históricas republicanas exigen mucho mayor participación popular.

Lo de Covadonga tuvo los inconvenientes propios de un espectáculo aristocrático. Monarquía en vivo, en directo y en exterior-día. Se cerraron los accesos a Covadonga y Los Lagos, se transportó al pueblo censado y acreditado en autobuses, se estabuló a los periodistas y se fajó todo con seguridad y protocolo. La entrada a la basílica quedó restringida a la participación de los patrocinadores de las cosas reales, compromisos y compromisas. Muchas almas quedaron fuera, incluidos curas, que son de la casa.

Se conmemoraban tres efemérides -los 1.300 años de la batalla de Covadonga, y el primer centenario de la declaración de los Picos de Europa como parque nacional y de la coronación de la Santina- pero al ver la cantidad de imagen y sonido en televisión que ocupó el arzobispo parecía que las tres cosas que se celebraban eran Jesús, Sanz y Montes. Por ese orden.

No hay que extrañarse. El espectáculo televisivo fue, fundamentalmente, una misa. Cuando hablamos de rito católico hablamos de lo más exquisito en espectáculo. Los marcos incomparables, naturales y arquitectónicos, son de verdad. El vestuario es de máxima finura sartoria. Las joyas y obras de arte no son atrezo. Hay música, canto, mímica, recitados, monólogos e interacción con el público, todo en directo. Es el espectáculo total.

En la misa confluyó todo y desde ella llegó todo hasta nosotros. La laicización de la sociedad del espectáculo puede dar lugar a equívocos y que Broadway y Hollywood posterguen a Roma. A un joven de hoy de los que han crecido fuera de la parroquia lo que pasó en la basílica, con canciones, lecturas en las que se hablaba de figuras magníficas de mujer y de dragones, construcciones de piedra y profusión de varones con las prendas lujosas y extrañas del vestuario litúrgico les puede hacer pensar en "Covadonga. El musical" y en "Juego de tronos". Error y adanismo.

La mejor manera de contemplar todos los actos y los escenarios era en televisión, pero no en casa, porque el sol que entraba por la ventana invitaba a salir por la puerta.

Por no escapar mucho del guion fui a la corte de Pelayo, que hoy, 1.300 años después, es una cafetería del centro de Oviedo, situada en la calle Fruela (en honor del sobrino de Favila, hijo de Pelayo). Está situada estratégicamente frente al palacio de la Junta General del Principado, primera institución política de Asturias, en esquina con La Escandalera, plaza de uso popular, y en diagonal con el Teatro Campoamor, salón de actos de la monarquía en la corte de Oviedo, donde hacen prácticas los futuros reyes en la gala televisiva de los Premios.

El camino al espléndido mediodía se andaba con ritmo perezoso. Los ambulantes del Fontán colocaban la mercancía y entre los que respetaban el descanso había personas con zapatillas de runner, con silla de ruedas, con polo y periódico. La calle Uría presentaba la calzada despejada hasta la estación del Norte, como en los días grandes de agosto.

"La corte de Pelayo" tenía puesto a un cocinero de La 1 en sus dos televisores y los clientes que llegaban se acomodaban en su terraza que es el balcón de Oviedo, pero no fue el Mirador de la Princesa.

A buscar otro sitio.

Rápido.

Plaza de la Escandalera, gaiteros para rusos y campanas de San Isidoro, la calle Pelayo, cerrada...

"La Mallorquina", que es muy ovetense, tiene su único televisor encendido y en la TPA. De la veintena de personas que hay dentro, cuatro miran imágenes de Asturias, verde, frondosa, bien iluminada por el sol de verano e hidratada por la cascada de la cueva.

Los espectadores aumentan con ocasionales que producen los picos de audiencia de la ceremonia de estos Picos de Europa que son caliza y cáliz, el macizo del pasado de la raza, de piedra ha de ser la cuna...

Después del retraso, cubierto por imágenes de niños sonrientes que agitaban banderas de Asturias, España y la Unión Europea del mismo plástico contaminante que ahora cobran en las tiendas, el primer pico de audiencia se corona cuando llega la familia real en una caravana oscura, brillante y acorazada.

Ahí salen, saludan; Felipe, de gris: Letizia, de rojo; Leonor, de azul y Sofía, de rosa. La crítica empieza a funcionar: encuentra "el rojo impropio para esta ceremonia", "la madre trae a las chiquillas aterrorizadas", "la pequeña es más alta y más espontánea"? Siempre la comparación fraterna, que es universal, y esa inclinación, asturiana, por la que "el buenu ye el hermanu". Sofía es la Princesa de Asturias pero Leonor ye piquiñina y la gana.

En cuanto Felipe VI suelta la mano del presidente Javier Fernández aparece el Arzobispo y se cuela entre el Rey y su heredera, mientras la Reina se ocupa de la Infanta. Van camino de la Cueva.

Son los primeros pasos del primer día de la agenda oficial de la Princesa de Asturias y sobre Leonor, estudiante de segundo de la ESO, caen tres efemérides en un mismo lugar y momento como tres meteoritos de la historia.

Se recuerda que cien años antes el Estado decidió proteger administrativamente el resultado de una actividad tremenda de la Emiliania Huxley, una célula del carbonato cálcico, piquiñina y galana, que organizó la mayor mole calcárea de Europa, sometida al efecto de glaciares y ríos que empezaron a tallar barrancos y cañones hace 300 millones de años y aún no han terminado su obra. El resultado se llamó luego los Picos de Europa.

Se celebra que hace 1.300 años unos lugareños, acaudillados por un godo llamado Pelayo, se enfrentaron con piedras calizas y armas arrojadizas a una porción no determinada -pero superior- de un ejército bereber procedente del norte de África que 10 años después de arribar a la bahía de Algeciras se había plantado en los Pirineos, asentando su religión y su poder.

En una batalla piquiñina, y quizá galana, los débiles vencieron a los fuertes. Ganó Pelayo. A la gente le gusta ganar o, en su defecto, ir con el que gana. Pocos van hoy con Pelayo. Como entonces. A aquello se le llamó después la Reconquista.

Se conmemora que hace un siglo fue coronada solemnemente la Virgen de Covadonga por el arzobispo de Toledo, el asturiano Victoriano Guisasola, ante Alfonso XIII y Victoria Eugenia, tatarabuelos de Leonor por parte de padre.

La historia de la Virgen tiene su origen remoto en el principio de nuestra era, hace 2.018 años en nuestro calendario. Es la madre de un personaje principal, Jesús (Belén de Judea, 0 - Jerusalén, 33 de nuestra era, según fuentes oficiales). De él se han escrito cuatro long-sellers llamados los Evangelios y otros textos de referencia reunidos en el Nuevo Testamento.

A raíz del éxito de esas palabras se fueron añadiendo capítulos a la historia de su madre, empezando por su ascensión a los cielos. El catolicismo ha hecho un spin-off con María -poco apreciado en países protestantes- que en el siglo XIX se unió con mil versiones locales, de las más grandes a las más pequeñas del orbe romano. A la de aquí se la llama La Santina y de ella se dice que es piquiñina y galana.

La Monarquía española sigue siendo católica aunque España sea aconfesional y la Reina, divorciada. En Covadonga y ayer, cien años después, volvieron ambas instituciones a presentarse juntas. Por primera vez con matices de la España actual. Cuando toca, va el Rey católico y se santigua; a su lado, va la laica Reina y cabecea. La casa real sabrá por qué en la retransmisión de la misa no hubo un tiro de cámara para recoger sus gestos y movimientos.

En esta Covadonga y en esta princesa de 12 años confluyen el periodo carbonífero, la era cristiana, la Edad Media, la monarquía de Alfonso XIII, la transición española y la cercana edad del pavo.

Para cerrar esta apoteosis simbólica, en el primer apunte de su agenda oficial, a Leonor entregan los atributos de Princesa de Asturias, como a su padre hace casi 41 años.

La Princesa Leonor es una niña de 12 años adiestrada para soportar el protocolo monárquico de las grandes celebraciones televisadas y el ceremonial pomposo de la Iglesia sin decaer ni hacer los mohines propios de su edad. A diferencia de las niñas en la misma fase, cuando habla con sus padres en el exterior de la cueva, no recibe ni un sí ni un no con la cabeza. Al entrar en la cueva, guiada por el arzobispo anfitrión, no suelta la mano de su padre, pese a estar en esa edad en que las niñas la rechazan. Cuando oye que se la nombra, sonríe levemente, todavía con inocencia. (También a diferencia de las niñas de su edad no le han embridado los paletos con una ortodoncia).

Se ve que el hieratismo se educa en palacio o no se educa porque la única que se mueve cuando está parada es la Reina Letizia. También es la más dispuesta: recoge las medallas que entrega el arzobispo, las entrega a un puño de ujier, las recupera en la salida y las distribuye y cuelga del cuello de sus hijas.

Vuelta a "La Mallorquina".

-¿Cuál ye la reina, la de rosa?

-No, la de azul, y es princesa.

-O sea, Sofía.

-No, Leonor, la otra.

No gustó que la familia recorriera en coche y con un cuarto de ventanilla alzado los metros que separan la cueva de la basílica, esa explanada con las vallas y los policías para contener a un pueblo que vitorea a pie firme bajo el sol de montaña desde primera hora.

El arzobispo recibe a la familia real con otro traje talar y mitra. Conduce el báculo, abre el paso, suena el órgano. Amenaza misa, el momento en que los paisanos de aquí quedan en la antojana.

La mañana ha decidido que el vermú será en terraza. En La Escandalera, un tercio de la legión extranjera fusila con sus teléfonos a la banda La Xuécara, en formación. En la calle Fruela los televisores siguen con el cocinero de la 1 y canales musicales. En la calle Jesús, Manolín Campa dedica dos de sus cuatro pantallas a Covadonga, otra al ciclismo y una a no sé qué tipos de interés. En la turística Cimadevilla "La Genuina" el vermú se sigue como a misa de arzobispo, pero el "Sevilla" está en la 1, "La carta" en Eurosport y "La Sureña" con Gol. En "Jamón" y Cajal no hay pantallas. En la plaza del general Riego, claro, nadie sigue a los Reyes. En la muy asturiana Gascona, sidrera de cabo a rabo, sólo "La Cabana" y "La Manzana" están en Covadonga. El resto sigue el fútbol y, sobre todo, el ciclismo, más preocupados por el escalador rey de la montaña que por la bendita reina de nuestras montañas.

El mercado del Fontán está a medio gas. Hay cola en la panadería, donde entre venden "pan del rey loco". Han abierto la carne, el demonio y el mundo, pero los pescaderos, no. En sus alrededores hay huerta, vendedores ambulantes y flores y la sidra late en la terraza extendida de la plaza.

Como no hay manera de seguir la ceremonia en el bar, recurro al VAR de casa, donde ha quedado grabada la ceremonia. La escolanía recuerda que Covadonga es un lugar de voces blancas y curas negros donde las niñas de 13 años que no eran princesas eran pastorinas.

Inquieta la homilía de Sanz Montes por los tantos peligros que señala, también para su negocio de la enseñanza concertada, sorprende el cameo de Cañizares y sobresalta el de Rouco Varela, por su voz cavernosa. Se recuerda a los fallecidos del Alsa de Avilés delante de Jacobo Cosmen, podéis ir en paz.

Reyes e hijas salen los últimos de la basílica. El sol hace esplendor y el pueblo, ruido. Las autoridades doblan ante la familia real y ésta cabecea ante los curas. Grita la gente que son guapos y que vivan. La familia real, se entiende. Suena la gaita singular de Hevia y las plurales del "Asturias, patria querida" que el Rey canturrea.

Camino de la sala capitular -donde la entrega del símbolo de Asturias (la cruz de la Victoria) será secreta- la Reina, la Princesa y la Infanta se dan un baño de masas. Letizia dirige esta formalidad informal abriendo paso y hueco a su hija mayor, cogiendo manos, lanzando saludos y organizando selfies. La Princesa se suelta conforme avanza: sonríe y no da la mano, la toma.

Abierta la agenda oficial yendo a misa, la Princesa volverá en seguida a clase en Aravaca y a jugar a bádminton.

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