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Matías Vallés

Torra va por detrás de Puigdemont

Las estrategia del Gobierno catalán

En un Madrid-Barça, la victoria es tan importante como la exageración de la enormidad del rival. La hipérbole del enemigo no solo magnifica el lustre de la victoria, también sirve de coartada ante una eventual derrota. Quim Torra, enésimo presidente de Cataluña, invirtió más fusilería en subrayar los presuntos atropellos sufridos que en detallar el funcionamiento de la república que da por sentada. En su discurso teatralizado, las virtudes catalanas son genéricas y entrañables, frente a un ogro que amenaza con devorar judicialmente a los hijos más preclaros de la raza.

Si se juega a imaginar que el texto dramático hubiera sido leído por Torra diez años atrás, apenas hubiera suscitado algún rasgamiento de vestiduras de la ultraderecha moderada. La sola palabra Cataluña es hoy una provocación, pero el president va por detrás de Puigdemont. No solo en el orden jerárquico, sino en la intensidad de sus tesis. Las proclamas no violentas para lograr la independencia pretenden garantizar una retirada pacífica. Para disimular, se acude a las movilizaciones kumbayá, que han agotado el repertorio coreográfico. Produce cierto rubor la apelación a la marcha de Martin Luther King, a cargo de un partido que acaba de bloquear un gravamen adicional para los contribuyentes con más de 150.000 euros de ingresos anuales. No se dirigirán genéricamente sobre Madrid, sino específicamente sobre Puerta de Hierro.

Ningún presidente catalán puede satisfacer al club "a por ellos", ninguna configuración o confederación española aplacará a los independentistas radicales. En este callejón, dialogar es el sinónimo de desactivar las bombas, un entibiamiento que por fortuna parece la estrategia compartida. Se trata de mantener la temperatura sin subirla.

Los contendientes apuestan a un empate por la mínima, el resultado vergonzante que nunca debe reconocerse públicamente en un Madrid-Barça.

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