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El alto precio del bajo coste

Vicisitudes de un vuelo a Venecia con un trato indigno como clientes

El pasado 3 de septiembre salí con Luisa, mi mujer, hacia Venecia. Regresamos el viernes de madrugada. Tres días en la capital de la antigua República Serenísima. Casi 72 horas para callejear y visitar museos, iglesias y palacios. Cinco menos de las programadas.

Volotea restó un 7% a la visita. Llevábamos pocos minutos en el Aeropuerto de Asturias, cuando se emitió la primera alerta. El vuelo V73580, con salida a las 19.40 horas, estaba retrasado. Cuánto, era una incógnita.

Dos horas después de nuestro teórico despegue, se anunció el aterrizaje del vuelo procedente de Venecia, ¡nuestro avión ! Llamadas al embarque. Cambios fulgurantes, sucesivos y repentinos de sala para realizarlo. Al fin control de tarjetas e identificación. Comenzaba "embarca como puedas".

Quien estaba dirigiendo la verificación de documentos recibió una llamada cuando llevaba chequeados una docena de pasajeros. Regresa y anuncia que, por problemas técnicos, solo podrán viajar 73 de los 130 pasajeros previstos. Y sin las maletas que habían facturado. En ese momento recordé: "Elegí un mal día para dejar los calmantes" (Aterriza como puedas)

A las situaciones, que a continuación vivimos, me resulta imposible encontrarles paralelismos cinematográficos. No hay guionistas para tanto surrealismo. Nos animan a renunciar al vuelo con indemnizaciones y/o compensaciones tan etéreas como volanderas. Vamos de la confusión al desasosiego. Determinan un sistema de selección: ¡las familias con niños primero! (tal cual). Establecen la niñez hasta los cinco años (no hay ninguno), amplían a los 12 y sobre la marcha hasta los 16 (protestas varias). Quieren iniciar de nuevo el examen documental (protestan quienes ya habían sido examinados). Pretenden mandar al final de la cola a los contestatarios (se arma la marimorena). Al final ni tan siquiera se completan los 73.

Se exige premura en el embarque para evitar el cierre del aeropuerto veneciano. Nunca hubo pasajeros tan ágiles. Vuelo nocturno, disculpas del piloto, sesiones sicológicas de la tripulación (tranquilos si no fuera seguro, nosotros no volaríamos...). A medio trayecto, nueva comunicación del comandante. Nos desvían a Verona. Cerró la terminal aérea Marco Polo.

Las conversaciones entre pasajeros emulan las de Aterriza como puedas.

-¿Nervioso?

-Sí, un poco.

-¿Es la primera vez?

-No, ya había estado nervioso antes.

Los principiantes en estas lides son asesorados por una pasajera experta en Volotea: "Entráis en la página web de la compañía y seguís las instrucciones. Exigís os indemnicen con las cantidades que, por ley, corresponden. Os ofrecerán menos. No aceptéis. Seguid insistiendo. Hay que regatear".

Aterrizamos en Verona a la una de la mañana. Dos autobuses nos trasladan y "aparcan", a las tres, en el aeropuerto veneciano. Unos con equipaje de mano. Otros sin ninguno (habían facturado todo y no los recuperaron hasta el jueves). El siguiente desafío es como llegar a la ciudad. Se corre la voz de que no hay transporte público. Nos dirigimos a la parada de taxis. Larga cola. Ninguno a la vista. Se les reclama por teléfono. Media hora después llegan dos. La mayoría seguimos esperando. Otros compañeros de expedición consiguen subirse a tres más que llegan a dejar pasajeros . Son las cuatro y cuarto cuando alguien grita jubiloso al resto: ¡un autobús sale para la Plaza de Roma! Entramos en el hotel a las cinco de la mañana. Seis horas después de lo previsto.

El vuelo de bajo coste tuvo un alto precio. Y no solo por las vicisitudes relatadas. Se nos negó el derecho a una información veraz sobre el vuelo. Y se nos dispensó un trato indigno como personas y como clientes.

"Es necesario el mutuo respeto para hacer que el amor perdure" (Aterriza como puedas). No nos respetaron. No merecen nuestro amor. Si nuestra exigente reclamación.

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