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Gruñidos sobre ruedas

La invasión de patines, scooters y bicicletas en los paseos

Jamás pasó por mi cabeza gruñir. Pero, ahora, que soy abuelo, voy y gruño. Que se sepa, del gruñido de los abuelos, en un reciente estudio de la University of Oklahoma de los profesores Spencer y Tracy, del Departamento de Gerontología Aplicada, han verificado que el 94,5 % de las causas del mismo están más que justificadas.

Jo, abuelo, y sobre qué piensa gruñir hoy.

Hoy la cosa va sobre ruedas. Mira, estoy hasta más arriba de los perendengues de esos niños, niñatos y no tan niñatos que sobre ruedas invaden ese espacio propicio y acotado para el paseo, que es de todos, por demás de los que paseamos la artrosis. Pues no hay tú tía, los municipales no están o miran hacia otro lado, y los patines, patinetes (incluso motorizados), skates, scooters, bicicletas y otros endemoniados artilugios sobre ruedas campean a sus anchas sorteando a los viandantes como si fueran las puertas de slalom de una pista de esquí alpino. Hace unos días a una amiga mía le escoñaron una prótesis de cadera recién estrenada. Y aquí no pasa nada. Así las cosas, le eché valor e hice la siguiente prueba. Me fui al parque, hasta la pista construida para entrenamiento de esos kamikazes del skate. Y, con un par y mi bastón, me subí y me metí por el medio del trayecto de sus estúpidas acrobacias. Porque estamos en horario infantil no reproduzco aquí lo que tuve que oír. Les dije con corrección que no hacía otra cosa que lo mismo que ellos cuando invadían aceras y paseos. Salí como pude entre proyectiles de latas de coca cola y redbull.

Hala, abuelo, ya gruñó todo lo que tenía que gruñir.

¡Y una leche! Quedan más ruedas.

Le digo. En época estival, ya sabe, los veraneantes de la ciudad aterrizan con su prole en las maravillosas villas y pueblos de nuestro país. Desempolvan los muebles de sus casas, abren las ventanas, reponen la nevera y sacan las bicicletas. Estas son de varios tamaños, de adulto, jovencito y niño. Pues hale, alegría, papá o mamá pato van delante pedaleando y los retoños detrás. Cascos sin ajustar y, en el mejor de los casos, una luz intermitente en el manillar que compite con las luciérnagas. Y de esa guisa salen a la carretera nacional con un tráfico de narices. No pasa nada, estamos en el pueblo. Por si fuera poco, al chavalín de cría le habilitan una sillita que se acopla al endeble vehículo y venga, tira palante. En insensatez todo es superable, el otro día, no me lo van a creer, me topé con un papá pato con pequeñín en sillita de portaequipajes y un perro atado por la correa al manillar. Le comenté lo del circo, no digo lo que respondió por los motivos antes aludidos.

Sé que está en marcha una potente y más que justificada campaña por parte de Alberto Contador para que las agresiones al ciclista sean castigadas como se merecen. Me adhiero a ella, la firmo mil veces, y me gustaría, Alberto, que atendieses a estas palabras del abuelo gruñón, por lo de no tener que lamentarlo.

¿Terminó ya, abuelo?

Ahora sí.

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