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El Watergate de Donald Trump

La resistencia dentro del Gobierno de los Estados Unidos

El miércoles de la semana pasada " The New York Times", con fama de ser uno de los periódicos más rigurosos de la prensa capitalista, publicó en su primera página un artículo sin firma que se abría con este sorprendente titular: " Soy parte de la resistencia dentro del Gobierno de Trump". Luego, en el texto, el autor, que se atribuye la condición de alto funcionario del ejecutivo, explicaba que la iniciativa de la publicación tenía por objeto trasladar a la opinión publica la delicada operación de controlar los repetidos excesos del presidente al que se describe como "irreflexible, mezquino, conflictivo e ineficaz". En definitiva, un peligro para la estabilidad de la nación mas poderosa del mundo, y en consecuencia también para el resto de la humanidad. Como era previsible, el así aludido montó en cólera, calificó de "editorial cobarde" el texto y solicitó la intervención de la justicia y de los servicios secretos para desenmascarar al libelista anónimo.

Se ha discutido mucho estos días sobre si la ética periodística avala la publicación de un texto de autor anónimo en el que , entre otras cosas, se alude a la salud mental del presidente de los Estados Unidos. Tan precaria que, al parecer, ha obligado a altos cargos nombrados por el mismo a estar alerta para que no meta continuamente la pata en asuntos muy importantes. Y también se ha discutido en los medios sobre la naturaleza del texto reproducido.

Es costumbre en la publicística que las informaciones y los artículos de opinión lleven la firma de su autor y que solo en los editoriales, en la medida que responden a criterio de la propiedad, se vean excusados de esa garantía. Ahora bien, en el caso que nos ocupa todo eso se desborda y confunde porque información y opinión no van firmadas y cabe la sospecha de que el anonimato esconda en realidad la sintonía con el criterio editorial del propio periódico que está empeñado en la pelea por sacar de la Casa Blanca al inefable Donald Trump.

No seré yo, por supuesto, quien ponga reparos éticos y estéticos a semejante reñidero de gallos. Desde su sorprendente victoria electoral sobre Hillary Clinton, los intentos de la "clase alta" norteamericana para descabalgar a Donald Trump, a quien consideran un advenedizo y un patán, no se ocultan. El contencioso recuerda, en muchos aspectos, al llamado caso Watergate cuando la "clase alta" y sus poderosas terminales mediáticas, acabaron con la presidencia de Richard Nixon obligándole a dimitir (la primera vez que tal cosa ocurría en la historia de Estados Unidos). E incluso la presencia en este contencioso del periodista Bob Woodward, que lanza estos días un libro "Fear" (pudiera traducirse como Temor o Miedo) con revelaciones escandalosas, ayuda a refrescar la memoria. Woodward, junto con su colega Bernstein, fue uno de los periodistas que destaparon las prácticas ilegales de Nixon gracias a las revelaciones de un informador anónimo al que llamaron "Garganta Profunda". Con los años se descubrió que el informador era en realidad el número 2 del FBI. Como dijo el profesor Chomsky, el caso Watergate no fue una victoria de la prensa democrática sobre fuerzas oscuras sino el resultado de un ajuste de cuentas entre poderosos.

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