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Daniel Capó

Crisis gubernamental

Los primeros cien días de Pedro Sánchez en la Moncloa

"La Fortuna sonríe a los audaces", reza el famoso verso latino, y nadie puede negarle a Pedro Sánchez audacia al frente del partido socialista. Llegó a la Secretaria General desde la indignación antisistema y al gobierno de España pactando con los mismos a los que tildaba de fascistas pocas semanas antes. Ése, por supuesto, ya no es el mundo de la palabra dada, sino algo que se asemeja mucho más al maquiavelismo. Se dirá que son los nuevos tiempos y que la audacia consiste en cruzar los estudios demoscópicos con el espectáculo televisivo. La mentira sazona la ignorancia y la frivolidad que se ponen al servicio de un menú hipermoralista, sentimental y vacuo. La mentira es el cinismo que nos trata como a ganado. No nos detengamos en el presunto plagio o en la cuestión -clave por lo demás- de la autoría del doctorado exprés de Pedro Sánchez. No lo hagamos porque, a falta de pruebas, las conjeturas sólo alimentan la verborrea excitada de los pirómanos. Detengámonos más bien en lo obvio: no hay una universidad sino dos. Es decir, hay un camino largo y penoso para la mayoría y otro abreviado y llano para unos pocos. La titulitis agónica de nuestros políticos denota pues la primacía de la mercadotecnia y el carácter endogámico de los partidos. "El primer presidente doctor de la democracia española es Pedro Sánchez", mentía el pasado viernes la portavoz del Gobierno Isabel Celaá. Importa poco la puerilidad del engaño; lo que cuenta es la sinuosidad de un mensaje lanzado para consumo interno del votante socialista: salvemos al presidente Sánchez.

El Gobierno ha vivido una semana negra que es el preludio de otras muchas semanas negras para la democracia española. No por Sánchez ni el PSOE -no sólo por ellos quiero decir-, sino por la corrosión moral que invade el país desde hace años. Se diría que nada está donde debería. Ni aquí ni en Europa. Hace ya más de dos décadas, uno de los padres de la Constitución, Miguel Herrero de Miñón, alertó sobre la fragilidad constitutiva de la democracia. Ahí donde no hay cuidado ni vigilancia se imponen lentamente los vicios estructurales, las malas prácticas, las leyes inanes. Llega la confusión que precede al caos primero y al autoritarismo después. Corrupción metastásica, revuelta territorial, círculos de poder endogámicos, retórica populista, sectarismo ideológico, indignación continua, apelación a las multitudes, fractura social? ¿Qué más se necesita? La semana negra del Gobierno español es el fruto de un marco político asfixiante que ha convertido a Caín en su figura tutelar.

La esperanza en el Gobierno de Sánchez se va deshaciendo a medida que se percibe con mayor nitidez el cúmulo de sus deficiencias: las dimisiones de algunos de sus ministros, la presunta incompetencia de Carmen Calvo -sus choques con el jefe del gabinete de Sánchez empiezan a airearse en los medios-, la disonancia entre la servidumbres de la realidad y la política concebida como una permanente precampaña, las penosas consecuencias de la guerra cultural e ideológica entre las diversas Españas, el escaso peso del equipo económico, la ausencia de apoyos sólidos en el Congreso, la respuesta errática a los problemas de fondo. Falta tiempo, se dirá con razón. Pero no sólo tiempo. Si al PP se lo podía acusar de carencia de un proyecto nacional, cabe preguntarse, a los cien días de este Gobierno, ¿qué defiende el PSOE? La respuesta puede llegar a ser inquietante.

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