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Latidos de Valdediós

Enanos y gigantes del espíritu

Hace unos días, el pasado domingo, tuve la oportunidad de vivir una experiencia nueva: palpar en mi propia carne el escarnio y la brutalidad de la intolerancia. Varias personas me han pedido que comparta lo que experimenté en mi corazón. Sabéis que llevo un par de meses fuera de Asturias consolidando una fundación y el domingo pasado fue la "recepción" oficial por parte de la Diócesis de San Sebastián, en una Eucaristía presidida por el Obispo. Cuando él se disponía a entrar en la iglesia unas pocas mujeres de una asociación feminista radical se abalanzaron sobre él con el torso desnudo y gritando como animales irracionales, de la manera más soez y salvaje que podáis imaginar.

Nosotras estábamos allí y cercamos al Obispo, que muy serenamente nos dijo: "no pasa nada, hermanas, vamos a entrar en la iglesia? que Dios os bendiga". Y repetía bajito: "que Dios os bendiga". Al entrar en el templo los fieles estallaron en un aplauso atronador de adhesión a su Obispo, y él realizó el acto más grande que puede ofrecer una persona cuando es ultrajada: arrodillarse ante Dios y rogar por quienes le están haciendo mal.

Ante esta situación me han preguntado cómo me sentí y qué pensé? Os contesto: ante todo di gracias a Dios por haberla vivido en primera persona junto al Obispo y por estar en este lado de la historia y no en el de aquellas pobres mujeres que tuvieron un comportamiento más de bestias que de seres humanos civilizados. Me incliné a la compasión, porque me pareció triste y degradante el espectáculo soez que prepararon y sobre todo? me hizo pensar en el sinsentido de esas vidas que, un domingo por la mañana, no tienen otra cosa mejor que hacer que estar más de tres horas apostadas en la puerta de una iglesia para crear una situación embarazosa de quince segundos. ¡Qué desperdicio de vidas y qué pena de tiempo tan malgastado! Y? ¡qué pena que todas las armas de que disponen para convencer de su idea sean unos senos descubiertos, unos gritos amenazantes y de esa manera embestir a quien consideran su adversario! ¿Quién puede prestar crédito a una idea presentada de ese modo?

Me sentí orgullosa de ser capaz de hablar y escuchar sin agredir ni pisotear a nadie, de poder estar al lado de quien lucha y defiende sus ideas y su pensamiento sin faltar al respeto y con valentía, sin máscaras, ni caretas, ni insultos. Doy gracias a Dios, porque pude contemplar a escasísima distancia lo que es un gigante del espíritu, un hombre valiente, sereno y coherente con sus ideas y sus creencias, que permanece libre, expresando y defendiendo lo que considera oportuno sin dejarse amedrentar por nadie.

Eso fue lo que sentí: alegría y gratitud porque -frente a actitudes humanas vergonzosas- comprobé que hay personas que devuelven a la humanidad su grandeza y la dignifican. ¡Qué alegría ver que hay seres humanos así de grandes y así de libres! Personas que son fieles a su conciencia y no tienen miedo a ser coherentes y a arriesgar por defender lo que consideran innegociable. Públicamente lo afirmo y doy gracias a Dios. ¡Ojalá que estas personas dejen de ser excepcionales y haya cada vez más gente así caminando sobre el dorso de la tierra!

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