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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Tal como somos

Episodios que empañan la imagen del ciudadano ejemplar: de los hurtos a las faltas de respeto

A finales de septiembre anduve por Agropec y acompañé a un par de amigos, expositores de productos de la huerta. A través de ellos y de otros concursantes tuve noticia de la conducta de un cierto número de visitantes que, sin duda, poseían como certeza moral y política lo que dice el refrán asturiano: "Lo que ye del común ye de ningún". De nadie, pero sí de ellos, porque no tenían empacho en intentar llevarse alguno de los productos expuestos, aun en presencia de sus mismos expositores, y, desde luego, en su ausencia, a juzgar por las desapariciones en los mostradores. Salvo, claro, que en esas horas sin vigilancia las hortalizas hubieren decidido emprender el vuelo por su cuenta, tal vez para regresar a su tierra de origen.

Y ello me lleva a reflexionar sobre uno de los principios ficticios, pero inevitables, en que se asienta la democracia: en la de que el sujeto de la acción de elegir, esto es, todos y cada uno de los ciudadanos, es un individuo moralmente intachable, perfectamente informado, que, sobre mirar por sus intereses, tiene también en cuenta los del bien común, o, al menos, los del vecino.

Pero si nos abstraemos de ese caso concreto de Agropec -reiterado, por cierto, año tras año-, podemos señalar algunos episodios, frecuentes en nuestra sociedad, que empañan esa imagen del ciudadano perfecto de la democracia, por ejemplo, aquellos que dejan huella de su paso en la defecación que sus perros depositan en la acera; o, hablando de aceras, aquellos que circulan y velocipedan por ellas sin consideración hacia los demás; o los que despilfarran el dinero público sin avisar de que no quieren o no pueden asistir a la consulta médica o a la realización de pruebas diagnósticas. ¿Para qué seguir? Ustedes, sin duda, tendrán más ejemplos.

¿Y qué decir de internet? He ahí un magnífico espejo de esa voluntarista ficción.

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