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Mendigos del Estado

Madrid exige a los que piden un balance de sus ganancias mensuales para darles 400 euros de ayuda

Pionera en la regulación del oficio de pedir, la Comunidad de Madrid exige a los mendigos un balance de sus ganancias mensuales como requisito previo a la concesión de una ayuda de 400 euros. Quizá se trate de un primer paso en la ordenación de la actividad mendicante: una de las pocas que todavía escapaban al control del Estado.

No deja de ser un avance en la profesionalización de este trabajo, que aún no figura, sorprendentemente, en la Clasificación Nacional de Actividades Económicas (CNAE). Si a los pedigüeños se les pide un cómputo de ingresos, como a cualquier otra empresa, no tardará en llegar alguna ordenanza -o acaso un proyecto de ley- que establezca los requisitos, condiciones y hasta la titulación necesaria para ejercer el oficio. Habrá que regular también la competencia, como es lógico. Años atrás, cuando arreciaba la crisis de la que malamente vamos saliendo, fue noticia un indigente que ultimó a otro de una cuchillada para arrebatarle el puesto en el que este último pedía limosna a la puerta de una iglesia de Valencia. Felizmente, se trató de un hecho aislado; pero no por eso menos inquietante. Ya no eran solo las poderosas multinacionales las que se tiraban a degüello entre ellas para quitarle cuota de mercado a sus competidoras. También lo hacían los pedigüeños que tal vez representen el más modesto de los escalones de la economía. Y con el mismo instinto homicida que los grandes consorcios empresariales.

Más allá de esa reveladora anécdota, no falta quien opine que la mendicidad puede ser un buen negocio, mayormente si está organizada. Existen, en efecto, grupos especializados en esta rama de la economía que reúnen cada mañana a sus empleados, les asignan puestos de trabajo en la calle e incluso les facilitan las herramientas propias de la labor. La cartelería en la que se informa al cliente, por ejemplo. A veces se produce algún error en el reparto de carteles que convierte a un señor añoso en una embarazada que demanda limosna para el hijo en camino; pero este es un fallo que puede ocurrir en cualquier industria.

Aunque el reino autónomo de Madrid lo quiera integrar ahora en la economía ordinaria, mucho es de temer que el de mendigo siga siendo un oficio de carácter marginal. Ya lo era hace siglos en el París de los Borbones donde nació la Corte o Patio de los Milagros, así llamada por los prodigios que se obraban a diario en las calles de la capital francesa.

Miles de pedigüeños llegados del campo poblaban las calles parisinas de tullidos, ciegos, mudos y afectados por toda suerte de dolencias que mostraban para excitar la caridad de los viandantes. Al llegar la noche, todos ellos recuperaban milagrosamente la vista, el habla e incluso las extremidades perdidas durante su atípica jornada laboral.

Ya no se suele recurrir a aquellos prodigios de quita y pon para inspirar la piedad del público, naturalmente. Los Estados de la actual Europa socialdemócrata asisten, por fortuna, a los más menesterosos con subsidios que, aun siendo de baja cuantía, tienden a limitar el ejercicio del limosneo. Aunque a cambio, algunos políticos imaginativos como los de Madrid exijan a los mendigos un arqueo mensual de sus beneficios a pie de calle. La burocracia no conoce límites.

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