La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Lagar

El Salvaje Oeste digital

Los estados buscan recuperar su "soberanía tecnológica" frente al desbarajuste global causado por Silicon Valley

El investigador bieloruso especializado en tecnología Evgeny Morozov arrastraba hasta hace menos de dos años el sambenito de ser casi el padre de los "neoluditas" cibernéticos, una legión de apestados que se atrevía a criticar públicamente los perniciosos efectos de las máquinas digitales con las que Silicon Valley estaba cableando el mundo. Hace sólo cinco años, la opinión hegemónica era que la digitalización, la web y otros etcéteras iban a devolver a la humanidad al estado original paradisíaco. Pero no todos opinaban lo mismo. Al principio de la segunda década del siglo XXI, Morozov ya clamaba, sólo con éxito en los círculos alternativos, contra lo que él bautizó como "solucionismo tecnológico". Es decir, la confianza ciega de que la digitalización era la nueva felicidad.

Hoy Morozov es un visionario. Ahora ha cambiado el paradigma. La obscena transformación del usuario de las redes en unidad emisora de datos comercializables, el comercio con el ser humano como ratón de laboratorio al que estimular cognitivamente para venderle productos o ideas políticas, está haciéndonos despertar de aquel viaje falso hacia la utopía que creíamos haber emprendido. Y es que la vida empieza a parecerse demasiado a un episodio de "Black Mirror".

Ahora Morozov lanza un nuevo concepto, el de "soberanía tecnológica". Es decir, los estados se han dado cuenta de que tienen que intervenir sobre la tecnología para que sus respectivas sociedades y estructuras no caigan en manos de potencias extranjeras (ejemplo: la beligerancia china en el mundo digital o las campañas de intoxicación rusas) o para que el juego democrático y la convivencia no siga corrompiéndose por haber dejado que el único debate público se desarrollase en las trincheras de las redes sociales, sólo habitadas por crecidos robespierres del tres al cuarto.

Hay que abrir la caja negra de la tecnología, cuyo contenido desconocemos y que hasta hace muy poco suponíamos mágico y prometedor. Hoy, en cambio, vemos que empieza a parecerse mucho a lo que había en la caja de Pandora, contenedor de todos los males del mundo. Ana Beduschi, lectora senior en leyes de la Universidad de Exeter, escribía recientemente un artículo en la plataforma de artículos universitarios "The Conversation" donde afirmaba que deberíamos abordar de manera urgente la formación en derechos humanos de los hombres y mujeres que escriben los algoritmos. La inteligencia artificial cada día marca más nuestras vidas. Está ahí, sesgando nuestra visión del mundo, como unas anteojeras invisibles. Desde las búsquedas en Google hasta la catalogación de la población a la hora de cobrarles más o menos por un seguro sanitario, o de clasificar a una persona como potencial delincuente, como ya están haciendo algunos programas de "policía predictiva" en EE UU. "Los ingenieros de software no suelen recibir capacitación sobre derechos humanos. Sin embargo, con cada línea de código pueden estar interpretando, aplicando e incluso violando conceptos clave, sin ni siquiera saberlo", advierte Beduschi. Ya ven. Queda mucho por hacer en el paraíso tecnológico que iba a venir y al final nos trajo el Salvaje Oeste.

Compartir el artículo

stats