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LNE FRANCISO GARCIA

Esperando a Jeckyll, apareció Hyde

Baraja ya está sometido al escrutinio de la grada, como Djurdjevic, al que ni buscan ni se encuentra

Antes del pitido inicial nos hacíamos la pregunta metódica de página de Robert Louis Stevenson: ¿a quién encontraremos sobre el césped, a Jeckyll o a Hyde? ¿Al doctor que pasa consulta en El Molinón con cierta solvencia o al mostrenco insoportable de los desplazamientos, que mete miedo a la historia del club? Lamentablemente, Baraja se equivocó de pócima y salió Hyde: feo, mal encarado, horroroso. Por fortuna, Carmona maquilló de penalti y en el descuento el rostro de la bestia. El fichaje estrella del Sporting, el jugador más caro de la historia del club, no marca ni de penalti. No es que Djurdjevic tenga la pólvora mojada desde que llegó a Gijón: es que no acierta ni en el mano a mano ni desde los once metros, como ayer, tras un regalo arbitral inexplicable. El colegiado dio por mano dentro del área un despeje de un defensa del Reus con la frente. El serbio hizo suyo el balón mientras la cuadrilla visitante protestaba al unísono y con razón al trencilla. Pero su disparo, flojo y poco colocado, lo rechazó el cancerbero. De haber prestado sus servicios el VAR la pena máxima no se habría señalado: en el bar lo vimos todos sin necesidad de recurrir a la moviola. Según pasan las semanas sin mojar, al nueve del Sporting le va devorando la ansiedad. Es tanto lo que se espera de Djurdjevic que la presión se le pega al calzón como un bloque de cemento de los diques de El Musel. Tan es así que buscó una media tijera y el intento se quedó en una patada al aire. Sólo un cabezazo picado a servicio de Sousa y un disparo a bocajarro en las postrimerías avalan la categoría que se le supone. En su descargo hay que decir que alineando un equipo sin lanzadores y un medio campo escaso de hilvanes las ocasiones escasean. Al delantero nadie le busca y él no se encuentra.

El entrenador visitante, Xabi Bartolo, jugó a flautista con instrumento de un agujero solo, con una sola bala en el tambor, el exoviedista Linares, con la encomienda de que en un arreón la flauta sonara por casualidad. Pudo ser Alfred Planas el del soplido tras una pérdida inexplicable de Cofie, que cada jornada opta con más galones al título de tuercebotas. A la siguiente sí sonó la flauta y no perdonó Linares, tras un despiste monumental de los centrales. Quedaban veinte minutos apenas para remar, una semana más, contra corriente.

Baraja fío su suerte, cada vez más escasa, a Nacho Méndez, remedio de urgencia, parece, para los muchos males de este equipo menor, tan disminuido como su entrenador, que ayer ya tuvo que someterse abiertamente el escrutinio de la grada. El Pipo, cuya serenidad en pantalla no disfraza el rictus de personaje sobrepasado por la escena, mantiene su errática apuesta por los cambios sorprendentes. Al cuarto de hora de la reanudación sentó a Álvaro Jiménez, un incordio para su lateral y de lo poco imprevisible de este equipo mecánico, y puso en danza a Neftalí, a quien se debe al menos haber forzado el penalti del empate. El tercer cambio, ya contra el reloj, lateral por lateral, no lo entendió nadie en la grada.

De lo poco a destacar de otra jornada insufrible, el pundonor de Canella, la brega de Carmona, el bullicio de Traver, el buen trato de Méndez... y poco más que contar. Lo peor, con diferencia, la nefasta trayectoria de un equipo sin criterio y sin alma, sin arranque y sin chispa, predecible y apocado que sólo aprieta cuando le llega el agua al cuello. Parece que la apuesta por Baraja comienza a resquebrajarse.

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