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Sol y sombra

El presidente okupa

La Zarzuela ha quitado importancia al desliz protocolario de los Sánchez-Gómez en la recepción del Salón de Tronos. La jefatura del Estado quiere quedar bien con un presidente del Gobierno que no hace lo que es debido para que se respeten las instituciones. Es más, se cuela en ellas como un marciano.

El protocolo, en cualquier caso, es una anécdota frente a la adversidad. Hay, al menos, una docena de situaciones en las que los españoles nos vemos concernidos de peor manera por Pedro Sánchez. La primera es la falta de solidez con que pretende encarar la legislatura, atado de manos por el socio populista y comprometido por los independentistas que lo respaldaron para echar a Rajoy. La inquietud de Sánchez por pisar todas las alfombras del poder se percibe como una obsesión peligrosa para el país. Es un jefe de gobierno que trata por todos los medios, de manera más urgente y descarada que cualquiera de sus predecesores, de permanecer en un puesto que muchísimos españoles creen que no le pertenece, por eso algunos le llaman okupa.

Abuchear a los presidentes de gobierno socialistas en el día de la Fiesta Nacional es una costumbre ramplona, pero nunca se había expresado de forma tan sonora. Sánchez es un marciano en la Moncloa por la forma en que llegó a ella sin haber ofrecido a continuación la respuesta democrática de convocar unas elecciones. Él cree, y posiblemente no esté equivocado, que desde una posición de poder cualquiera es capaz de manejar con mayor eficacia el rulo electoral. El problema de Sánchez es que comete las torpezas a las que otros nos tienen desacostumbrados, en un momento de la historia de este país en que una mayoría se está indigestando con la decepción de la inanidad en la defensa de cuatro valores que sustentan el significado de España, el país que gobierna. No tanto por acción como por omisión.

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