La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El mundo al borde del abismo

Sobre la sociedad en la que convivimos, huérfana de valores, en la que el pensamiento único gana adeptos

Sin duda, uno de los alicientes que anima a soportar el paso por este valle de lágrimas es el optimismo, y yo lo soy por naturaleza, aunque últimamente y a fuerza de ser sincero casi me atrevo a decir que lo era, o como mucho, que ya solo mantengo un reducido tanto por ciento. El crédito de las ideologías se fue por el desagüe del alcantarillado, y el auge de la democracia se ha derretido como un helado expuesto al sol de agosto en la media tarde sevillana. A su vez, convivimos en una sociedad decadente, huérfana de valores, en la que el pensamiento único cada día gana más adeptos. ¿Qué más se puede pedir para que el pesimismo nos amargue la existencia?

Cuando escribo estas líneas, los medios informan de que en las elecciones de Brasil el 46,3% de los votos han ido a parar al candidato ultraderechista, militar en la reserva, Jair Messias Bolsonaro. Este buen señor pertenece a una casta que el sentido común había relegado al olvido de las tumbas y parece, aunque no al tercer día, haber resucitado para quedarse, gracias al populismo que gana posiciones con el apoyo de mentes vacías y maleables, aptas para dar bandazos de un extremo al otro de la idiotez, por supuesto, sin meditar sus posibles consecuencias; no tan solo en Brasil, sino en los cinco continentes.

Cómo se puede ser partidario de un personaje que él mismo se declara nacionalista a ultranza, xenófobo y racista, homófobo -prefiere más un hijo muerto antes que gay-, machista -a una diputada le soltó, a la vista de todos, que no la violaba porque no era su tipo-, y lamenta públicamente que los dirigentes del golpe de estado militar de 1964 -con el apoyo de Estados Unidos (es de suponer que en la actualidad tenga el mismo o más de Donald Trump)- no hubiera asesinado a 30.000 personas más. Pues este tipo, según todos los indicadores y si las urnas no lo remedian, presidirá Brasil, el quinto país más grande del mundo, los próximos años. Y lo triste es que esta locura colectiva se comparte en otros lugares: España, Italia, Francia, Austria, Alemania, Polonia, Hungría, Estados Unidos? son ejemplo de ello. Ultranacionalismos que, una vez encendida la mecha, no podemos predecir sus nefastos resultados.

Es evidente que se ha superado el tiempo de las ideologías; que los conceptos de izquierda y derecha están anticuados; que las democracias -"regímenes de gobierno en que la soberanía reside en el pueblo, el cual la ejerce directamente o a través de sus representantes elegidos por votación"- están amenazadas de muerte, gracias a la deslocalización de las ideas y a la desaparición del pensamiento original.

Por necesidad, hemos de replantearnos el concepto "democracia" en tiempos de plena globalización, y el asentamiento generalizado de las nuevas armas de poder, llamadas redes sociales, y su innegable tiranía. No queda más remedio que preguntarnos si el menos malo de los sistemas políticos continúa teniendo cabida y vigencia en el novísimo orden mundial, en el cual sus dirigentes nos gobiernan a impulsos twitteros.

Lejos para una gran mayoría, a la cual tendríamos que intentar recuperar a la senda de la reflexión, quedan aquellas sanas costumbres de desayunar leyendo la prensa del día y su manifiesta capacidad para obligarnos a pensar, en el comienzo y durante toda la jornada, con noticias de interés, editoriales y artículos de opinión. La escasez de lectura, la manipulación informativa, el crédito -lo que nos cuentan va a misa- que le otorgamos a las llamadas redes sociales, expertas en dirigir hacia la mediocridad la opinión pública, utilizando falsas noticias para recluirnos a todos en la celda del pensamiento único, es la causa principal de que extrema derecha y nacionalismos aldeanos y trasnochados vayan copando votos, calles y privilegios en casi todos los países; presión social inimaginable hace un lustro.

A qué tipo de civilización nos vamos aproximando cuando el sentido de la creación, a nivel individual, se está perdiendo. Si la expresión pictórica y artística, el componer música y canciones, diseñar moda, coches y demás productos de consumo, con la certeza de que lleguen al gran público, se deja en manos de algoritmos y máquinas, ya que su nivel de aceptación es superior a la creatividad del género humano, al igual que también lo es el de su vulgaridad, qué no sucederá con las elecciones y la capacidad de decidir nuestra intención de voto; si los que mueven los hilos del mundo nos dirigen subliminalmente a través de las redes sociales para defender sus intereses, bien podemos afirmar que la civilización humana, tal como la conocemos hasta ahora, se encuentra al borde del abismo.

Compartir el artículo

stats