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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Nike y Pepé

La literatizada historia de amor entre una quinceañera divertida y comelibros y un chico mongólico de diecisiete

Esta es una historia verídica, aunque literatizada por la narradora que no escribe épica, sino lírica que hace llorar a la ínfima minoría de lectoras y lectores que leen sus poemas.

Esta historia es también un relato de amor, de un amor especial, muy poco común, entre una quinceañera muy alegre, inteligente, divertida y comelibros, siendo sobre todo una panzanovelas, a la que no le gustaba ni pizca llamarse Amparo, por lo que la relatora la llamó Nike, pues a esa joven le encantaba ese nombre griego que significa éxito y victoria, y aseguraba que, cuando publicara libros, los firmaría con él, pues nadie en el mundo literario tenía un pseudónimo tan bonito.

Nike acababa de cumplir quince años cuando conoció en casa de su amiga Menchu a Pepé, de diecisiete, el primo del que le hablaba sin parar diciéndole que era encantador y muy, muy especial.

Nike se quedó muda de asombro al verlo, debido a que el primo en cuestión era un chico mongólico que la saludó muy ceremonioso, dándole un beso en cada mejilla y mirándola después muy risueño y, sin dejar de sonreír, le dijo: Ya ves que no es verdad todo lo que te dice mi prima, pues tengo esta anomalía, aunque sé leer y escribir. Leo mucho, mucho, sobre todo la Biblia, que es un libro muy gordo y puede que me muera antes de acabarlo. Y también me gusta leer el Santoral, donde aparecen los nombres de todas las santas y santos, algunos preciosos y divertidos como Potito, mártir, cuya fiesta se celebra el 13 de enero.

Nike se dijo con toda convicción que no tenía nada de bobo y que le caía no bien, sino requetebién.

Sé lo que estás pensando le dijo él y a ella le dio la impresión de que quizá fuera adivino y le hubiera leído sus pensamientos.

A ver, le soltó muy retadora, quiero que me digas qué pienso en este mismo instante.

Piensas que no soy un retrasado mental, le repuso en tono firme, poco balbuciente.

Es cierto, admitió ella. Y a mi modo de ver, tienes cara de chino, de mongólico de Mongolia o de un huno soldado del rey Atila, en resumen, un rostro de asiático.

Él se rió ruidosamente y con evidente alegría.

Y creo también, prosiguió Nike, que eres inteligente y que, a veces, te haces el tontito para divertirte y burlarte de quien te cree un oligofrénico, un débil mental.

Jamás me burlaría de nadie, aseveró él, quizá sea porque no tengo una pizca de burlón ni de burlador, pues no seré jamas un seductor de mujeres ni un libertino que les pague sus servicios sexuales.

Nike, desconcertada por aquellas palabras que le resultaron tan desagradables como estrambóticas, permaneció callada y con un semblante entristecido a punto del llanto que la obligaba a contener las lágrimas mordiéndose los labios y mirando al suelo, hasta que él la abrazó y la obligó a mirarlo a la cara.

Te quiero, te amo, Nike. Ya sé que es un atrevimiento, una locura, dada mi deformidad y anomalía que me hacen distinto e inferior a los demás.

Ella entonces lo besó en la boca y él hizo lo mismo y se besaron largamente hasta quedarse sin aliento.

Yo también te quiero, Pepé, musitó ella y nadie, nadie podrá impedir mi amor por ti.

Cuando sus familias se enteraron de aquella relación se quedaron espantadas y empezaron a maniobrar para acabar con ella, pero lo que consiguieron fue que la pareja dejara una carta en cada casa advirtiendo que no iniciaran ninguna búsqueda, si no querían que se fueran al otro lado del mundo y para siempre.

Después en una populosa ciudad vecina encontraron trabajo en un bar, ella, como camarera y él como limpiador; y eran felices o, al menos, parecían muy contentos hasta que todo se vino abajo, acabándose su dicha.

La calamidad surgió cuando, una noche sabatina, un cliente ebrio empezó a dirigirse a Nike de modo muy ofensivo, chulesco y del todo machista, diciéndole que debía dejar al idiota del mongol y marcharse con él para que supiera lo que era un hombre-hombre con un buen pollón y no contentarse con el pene de pena de aquel mico.

Pepé, ciego de ira, atacó al cliente insultante con el cuchillo que en aquel momento estaba secando. A partir de ahí, Nike solo recordaría la sangre del hombre, la llegada de la policía, y los gritos de Pepé al ser esposado y conducido al coche policial, llamándola y llamándola hasta que se hizo un silencio que la llenó de temor, al reparar en las caras de la dueña y del dueño del bar que, después de hablar uno con el otro en voz muy baja, le comunicaron que quedaba despedida desde ese instante. Le pagarían todo el mes, aunque había trabajado una semana y media y le darían otra cantidad para que se buscase un lugar para dormir. Después la apremiaron para que fuera a recoger sus cosas y se marchara. Y a las once de aquella noche, Nike se vio en la calle con su maleta y una cantidad de dinero que le parecía fabulosa. Después encontró un hostal barato, pues no quería empezar su nueva vida despilfarrando ni un céntimo de cobre, porque sabía que el dinero era muy escurridizo y se evaporaba en un pis pas.

Y más tarde se enteró, no por él, sino por Menchu, de que Pepé, cumplida su condena, se había marchado de España con Néstor, un compañero de celda que obtuvo la libertad a la vez que él y que se habían enamorado y eran muy felices en Jamaica, donde Néstor tenía una abuela y tías y tíos millonarios de millardos y millardos de dinero y posesiones.

Ella no lloró ni lo maldijo. Solo masculló con rabia: Pepé, ojalá que tu pareja te coma a mordiscos de lobo famélico tu gordo trasero. Pero de inmediato se avergonzó de lo que juzgó una canallesca zafiedad y se dijo que los dos tenían derecho a ser todo lo felices que se podía en este envenenado, cruel e invivible mundo.

A continuación buscó su cuaderno de poemas y comenzó a escribir desaforada:

¡Ven y ven, que vengas! No me des la muerte sino la vida. Ven, ven, amor mío que ardiendo te espero y besar quiero tu boca de rosa encendida.

De pronto cayó en la cuenta de que aquellos versos eran los que le leía su abuela, los Carmina Burana de la abadía benedictina alemana de Benediktbeuern cuyo libro le había regalado y que ella, oh ingrata, hacía tiempo que no abría. Y como acto de perdón se puso a canturrear el carmen de "Estaba la niña?":

Estaba la niña de túnica roja; si alguien la roza, la túnica chilla: ¡Ea! Estaba la niña como una rosa; el rostro le brilla, florida su boca ¡Ea!

Y, finalizado el canto del poema, se secó las lágrimas con las manos y se dijo que Pepé acababa de ser borrado de su memoria y había salido de su vida para siempre y que otro amor un día le abriría la puerta y, si no era así, ella rebosaba cariño para quererse a sí misma y hacerse todo lo dichosa que pudiera.

Después se sintió fortalecida y corrió a mirarse al espejo del armario de su dormitorio y se vio tan risueña que se sacó la lengua y comenzó a reírse hasta que su madre entró en la habitación a preguntarle qué le hacía tanta gracia y le respondió que ella misma y mamita la llamó, como acostumbraba: chifleta.

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