Si el discurso del Rey en la ceremonia de entrega de los premios de su heredera sirve de termómetro político, la amenaza de un otoño caliente tiene ya el toque frío de los pronósticos fallidos. La excusa de los galardones sirvió en años anteriores para que el monarca emitiera señales claras, incluso en los límites de la contundencia que permite su posición, sobre los vertiginosos acontecimientos que estaban removiendo los equilibrios de cuatro décadas de la vida pública. Frente a esas intervenciones con relieve y eco posterior, el Felipe VI de ayer estaba en un perfil bajo, circunscrito a la institución en su vertiente más protocolaria: la Fundación, el acopio de méritos de los premiados o la emoción de la visita de su hijas a Covadonga. La Constitución y su cercano aniversario fue la única aproximación a lo político, pero en unos términos de absoluta planitud acordes con el resto del discurso.
El contraste entre la complacencia de las palabras reales y el tono convulso que domina en el ámbito público permite atisbar la auténtica temperatura del otoño, en ascenso pese a todos los indicios. La búsqueda, al límite de lo imposible, de equilibrios complejos que sostengan al Gobierno de Pedro Sánchez desaconseja por parte de Felipe VI cualquier alusión que pueda considerarse una intromisión del monarca en la encarnizada batalla política desatada tras el desalojo del PP del poder. El independentismo, en otros momentos blanco obligado de Felipe VI, es ahora una fuerza cambiante, que combina la radicalidad de siempre con una facción más templada y colaborativa que puede resultar clave en el devenir político en los próximo meses. Todo lo que diga el Rey, atrapado en esa turbulencia, puede ser malinterpretado y, por ello, mejor descafeinar el discurso aunque sea a costa de adormecer a un teatro entero.
Como compensación, en el Campoamor se escucharon ayer otras palabras a contratiempo: las de Martin Scorsese sobre la paradoja de una tecnología que es a la vez promesa y amenaza, la incitación de Alma Guillermoprieto al periodismo necesario o la derrota de la economía frente a la filosofía que marcó la biografía de Michael J. Sandel.
