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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Amor teñido, desamor musicado

La versión que Oriol Broggi hace de "Bodas de sangre" descompone a los espectadores que llenaron las butacas del teatro Palacio Valdés en un día raro y con un horario inhabitual

"Bodas de sangre" es una de esas tragedias chungas que mezclan tierra y pasado y al final sólo hay muerte y sólo muerte. Es, de las de Federico García Lorca, la más trágica. Lo que sucedió en la casa de Bernarda Alba unos años después fue, sí, mucho más triste, pero no tan trágico. "Bodas de sangre" reinventa la realidad: cruz de navajas por una mujer, como diría "Mecano", muerte y destrucción en la última frontera, todo con el poderío verbal del mejor dramaturgo español de la primera mitad del siglo pasado; con el permiso de Ramón del Valle-Inclán, seamos justos.

La compañía "La Perla 29" se atrevió el año pasado a montar su particular tragedia, con los años justos que liberan los derechos del poeta de Fuentevaqueros. Lo asesinaron en el verano de 1936, ocho décadas después, Lorca es un bien común: como lo es William Shakespeare o Lope de Vega.

Y la apertura de los derechos abre la puerta a la locura. Oriol Broggi, que es un director de relumbrón, decidió montar otra vez la historia de una boda que termina con las navajas en alto. La idea molaba: Lorca, moderno, por la vía más moderna. El resultado, sin embargo, ha sido inusitadamente angustioso. Lorca escribió que las tierras, que la tierra (así en singular), deviene en muerte. Broggi va por otro lado. Y me parece que no es el que el poeta había dejado escrito. Broggi organiza su tragedia como si fuera un culebrón, un culebrón con banda sonora en vivo. Y nada más lejos: el asesinato es una excusa, siempre fue una excusa, no un capítulo de una serie de media tarde. El amor no es si no supera el valor de la tierra. Lorca es muy de la tierra. Y el Lorca de Broggi, no.

Y no lo es porque los actores que salen en "Bodas de sangre" interpretan a Lorca como si estuvieran en la Escocia medieval. Hay un momento, incluso, en que el director de escena se trae a las Brujas de "Macbeth" a mitad de Almería -que vale, que Lorca escribió sobre un suceso en Níjar. pero que los versos lorquianos alejan lo local de lo transnacional- y también a los dos enterradores de "Hamlet". Y, entonces sí, los pone a hablar con acento andaluz. Que parece que la tragedia sucedió en un universo alejado del tiempo, la geografía y el momento.

El espectáculo está a media luz, la pantalla así como borrosa... Y la música -que primero acompaña y al final empalaga- en el telón de boca. Que está bien que suene un acordeón, un bajo eléctrico, pero mola menos cuando el cantante se lance en catalán, que es como alejar la tragedia del espectador para que este sólo se quede con los versos catalanes y piense en las disonancias y en todo eso que viene de la oscuridad, que el "western" en que podía haberse convertido "Bodas de sangre" se queda en madrugada que no amanece. Y todo esto, además, con transiciones entre personajes que van de muy lentas a demasiado lentas.

La muerte, la destrucción, la congoja, todo lo que Lorca pensó cuando en 1933 estrenó "Bodas de sangre" quedan en nada o en casi nada. Y es una lástima, que uno quiere seguir temblando con los versos. Y se queda en nada, como la escena clímax de la función: la pelea, la muerte. Aguardan muchos "lorcas". Esperemos que se parezcan a Lorca.

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