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Sacerdote jubilado en Nava

Los "presuntos" bebés robados

Tras la absolución del doctor Eduardo Vela por la Audiencia Provincial de Madrid

El pasado 8 de octubre la Sección Séptima de la Audiencia Provincial de Madrid absolvió al doctor Eduardo Vela, de 85 años y ya jubilado, de los delitos de detención ilegal, suposición de parto y falsedad documental en relación a un caso de un bebé robado en 1969. Los magistrados le consideran responsable de los citados delitos, pero le absuelven al entender que están prescritos.

Inés Madrigal Pérez nació en la clínica San Ramón de Madrid de la que era director el doctor Vela el 4 de junio de 1969 y fue entregada en adopción al matrimonio formado por Pablo Madrigal Sevilla e Inés Pérez Pérez, la cual "presuntamente" -según certificó el citado médico- había dado a luz a la niña en su presencia en el citado centro médico. Gracias al certificado falso del doctor Vela, la niña fue inscrita en el Registro Civil de Madrid como hija biológica del matrimonio Madrigal-Pérez.

Cuando Inés cumplió 18 años, sus padres le confesaron que la habían adoptado y en 2010 su madre -el padre ya había fallecido- le contó las circunstancias de su nacimiento: que ellos no podían tener hijos, que un sacerdote amigo común de sus padres y del doctor Vela le transmitió a éste el deseo de ese matrimonio de ser padres, que el doctor Vela les prometió un bebé cuya madre estaba a punto de dar a luz y que, una vez nacida Inés, se la entregó a sus padres, quienes pudieron inscribirla en el Registro Civil como hija biológica de los mismos al presentar un certificado médico firmado por el doctor Vela, según el cual Inés Pérez Pérez, esposa de Pablo Madrigal Sevilla, había dado a luz a la niña en la clínica San Ramón el 4 de junio de 1969.

En abril de 2012, Inés Madrigal Pérez, con el consentimiento de su madre adoptiva -que falleció posteriormente, en 2013-, presentó una denuncia contra el doctor Vela acusándole de los delitos de detención ilegal, suposición de parto y falsedad documental, al haber entregado al matrimonio formado por Pablo Madrigal Sevilla e Inés Pérez Pérez "una niña de pocos días de edad fuera de los cauces legales, simulando la existencia de un parto que no se había producido y estableciendo una filiación falaz, y todo ello sin que conste que hubiera mediado consentimiento ni tan siquiera conocimiento por parte de los progenitores del recién nacido, siendo el acusado la persona que hizo la certificación falaz acerca del supuesto parto de Inés Pérez Pérez, a sabiendas de que tal hecho no era cierto".

A lo largo de todo el proceso, cuya sentencia se dio a conocer el pasado 8 de octubre, no consta el nombre de los "progenitores" biológicos, ni siquiera el nombre de la madre, por lo que tampoco se sabe si consintieron en que se entregara su hija a un matrimonio que no podía tener hijos.

La inquina antirreligiosa de una antropóloga. A los tres días de hacerse pública la sentencia, concretamente el 10 de octubre, apareció publicada en LA NUEVA ESPAÑA una entrevista de Natalia Vaquero con la antropóloga catalana Neus Roig, en la que ésta muestra su inquina contra la Iglesia católica.

En la introducción la periodista habla de la publicación "No llores que vas a ser feliz" donde "desvela el infame trapicheo de religiosos, jueces y políticos que arrebataron a sus madres a más de 300.000 hijos para entregarlos a familias acomodadas. Roig investiga 476 casos bajo sospecha, algunos ocurridos en plena democracia. La pesadilla había comenzado en 1938 para "reeducar" y adoctrinar en el franquismo a los vástagos de las "rojas" encerradas en las cárceles".

A la pregunta de si es cierto que en España desde 1938 hasta bien entrados los 90 unos 300.000 niños fueron separados irregularmente de sus madres al nacer, contesta la antropóloga: "Sí. Es cierto".

A la pregunta de si seguían ocurriendo estas prácticas en plena democracia, contesta la antropóloga sin dudarlo: "Sí, porque era un negocio puro y duro. Cualquier mujer que entrase en un hospital español regido por religiosos corría el riesgo de que le robasen a su hijo. Les daba igual que estuvieran casadas. Buscaban hijos de jóvenes, casadas y primerizas que habían sido controladas durante el embarazo por médicos privados".

Pero, entre enero de 2011 y marzo de 2018, la Fiscalía General del Estado ha incoado 2.102 diligencias de investigación por robo de bebés: en Andalucía 538 casos, en el País Vasco 338, en Cataluña 304, en Madrid 300 y en el resto de España 622. En tramitación hay actualmente sólo cuatro.

A la pregunta de si eran hijos de familias de izquierdas que iban a parar a hogares próximos al régimen, responde con resolución la antropóloga: "Al principio sí. Procedían, hasta 1952, de las cárceles donde estaban sus madres por "rojas" sufriendo la represión de las monjas".

Después de la guerra civil, las cárceles de mujeres volvieron a estar durante un tiempo regidas por órdenes religiosas, como habían estado tradicionalmente hasta que Victoria Kent fue nombrada directora general de prisiones en 1931.

A la pregunta de si convencieron a madres solteras para que se deshicieran de sus hijos, responde: "Es que eran vistas como pecadoras. (?) Los que tenían dinero llevaban a sus hijas a 'estudiar' fuera y entregaban en adopción a sus hijos naturales. Otras embarazadas acabaron en la maternidad de Barcelona o en Peñagrande de Madrid, donde comenzó el trapicheo de bebés".

Preguntada si colaboró la Iglesia como institución o lo hicieron sacerdotes y monjas a título personal, responde la antropóloga: "No puedo asegurar que todos lo supiesen, pero las grandes represoras de las cárceles eran monjas y gran parte de los hospitales afectados estuvieron regidos por órdenes religiosas hasta 1990".

La realidad era muy otra. No niego que hubo casos sangrantes en los que algún sacerdote o alguna religiosa se prestaron a este tráfico criminal de bebés, pero la regla general era muy distinta.

Hoy en día el que una chica no casada tenga un hijo está la orden del día. Son legión las parejas jóvenes que, al poco de conocerse, se van a vivir juntos.

Pero, por lo menos hasta mediados de los años 80 del pasado siglo, cuando una chica soltera quedaba embarazada era un baldón para la familia y trataban de buscar una solución.

La más inmediata era procurar que el padre del niño en camino se casara con la chica que había quedado embarazada. En más de una ocasión el matrimonio resultante tendría todos los indicios de nulo por falta de madurez o de libertad de uno o de los dos contrayentes al haber sido contraído bajo la presión de los respectivos padres.

Otra de ellas era el aborto, pese a que estaba prohibido en España. Pero solía haber por los pueblos una mujer "curiosa" que los practicaba de manera clandestina. Otras con más posibles hacían el viaje a Londres o a Amsterdam para abortar allí, llegando a funcionar entonces, de tapadillo, por supuesto, una especie de pseudo-agencia de viajes que facilitaba billetes de avión a las citadas ciudades, así como la reserva en una pensión u hotel y la estancia en el hospital donde se practicaba el aborto.

Otra de las salidas en las que solían intervenir como mediadores sacerdotes y religiosas era que la chica se trasladase a "estudiar" o a hacer un "curso de formación" fuera, a una ciudad lo más lejana posible en la que permanecía hasta después del parto. Mientras tanto el sacerdote o la religiosa buscaban un matrimonio que no podía tener hijos para que adoptase al niño que iba a nacer.

Y las más valientes y sensatas, cuando el matrimonio con el padre del bebé no era posible, haciendo de tripas corazón, aceptaban la maternidad siendo solteras y con el tiempo le daban gracias a Dios porque les había dado fuerza y clarividencia para afrontar la situación y haber llegado a ser madres de una criatura a la que amaban con ternura.

Casos en los que participé. Me vi envuelto en más de un caso, tratando de que el presunto padre del niño en camino se responsabilizase de la situación casándose con la chica embarazada, con suerte diversa.

En 1959 una religiosa que había llegado a Gijón procedente de una comunidad del sur de España me contó que desde la villa donde había estado antes le había escrito una chica amiga suya contándole su problema. Se encontraba embarazada de un joven sacerdote, coadjutor de la parroquia, al que la religiosa en cuestión más de una vez le había reconvenido por su ligereza. Como entonces los sacerdotes no podían pedir la secularización -práctica que se generalizó después del Concilio Vaticano II-, por lo que le era imposible casarse con la chica, no veían solución a la situación en la que se encontraban, desesperados, y habían decidido suicidarse ambos. La religiosa escribió inmediatamente a la chica y al sacerdote, y les propuso una solución de la que ella se encargaría: la chica, que había terminado magisterio, iría a Oviedo a hacer un curso en la Universidad y mientras tanto le buscaría un matrimonio que no pudiera tener hijos para que adoptara al niño una vez nacido.

El problema que tenía la religiosa era que la estancia de la chica en Oviedo durante el curso así como la matrícula en la Universidad y los libros costaban mucho dinero, del cual ella no disponía. Yo le dije que le plantearía el caso al entonces obispo auxiliar de Oviedo, don Ángel Riesco Carbajo, a quien visité al día siguiente.

Don Ángel me encargó que le dijese a la religiosa que él se responsabilizaría de todos los gastos que supusiera la resolución del problema. Se lo comuniqué el mismo día a la religiosa, la cual se puso inmediatamente en contacto telefónico con el obispo auxiliar. Ahí terminó mi intervención. No quise saber ni el nombre ni la localidad donde vivían los interesados, pues cuantas menos personas conocieran un secreto, más fácilmente podría guardarse.

Estando en Holanda, asistió a una de mis misas, en una ciudad en la que yo celebraba la Misa para los españoles los sábados, una señora procedente de una capital española de provincias, quien me comunicó que había acudido a la ciudad holandesa con su hija de 15 años, que se encontraba embarazada de pocos meses, para que en la ciudad donde vivían no se conociera el hecho que suponía un baldón para la familia.

Por otra parte, con esa edad ni a ella ni a su marido, ginecólogo de profesión, les parecía que su hija tuviese madurez suficiente para hacerse cargo de un niño, por lo que habían buscado y encontrado un matrimonio de unos 25 años cada uno que no podía tener hijos, para que adoptara al bebé que naciera.

La madre asistía todos los sábados a la Misa durante varios meses, hasta que un día me comunicó, desolada, que el niño había nacido prematuro y había muerto a las pocas horas, por lo que los planes de adopción se habían esfumado y regresaban a España. No quise saber ni el nombre de la chica ni el de su padre. Sólo supe el nombre de pila de la madre y la ciudad donde vivían, porque ella me lo dijo cuando se presentó.

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