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Pablo González

En territorio comanche

Pablo González

Una de Star Wars

El Sporting y su afición han pasado del miedo a la ira, y van camino del odio si no se reconduce la situación

El Sporting se ha metido en una de esas situaciones en las que bien se podría utilizar aquel diálogo del maestro Yoda con Luke Skywalker en una de las película de la saga de "La guerra de las galaxias": "El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento, el sufrimiento al lado oscuro". Visto lo visto el viernes ante el Córdoba, la plantilla de los "no sé cuántos" fichajes de Torrecilla le ha pillado miedo jugar en El Molinón. El miedo hace temblar las piernas, y el tembleque a plantear y ejecutar un fútbol ligth, todo "sin": sin vistosidad, sin gol, sin emoción, sin chispa, sin alma... Hasta el santo de Mariño acaba tomando malas decisiones.

Todo esto, todo ese miedo, acaba desembocando en la ira. En la ira de una afición que esperaba recelosa el nuevo proyecto, el que ha llevado al Sporting a presentar la alineación con más extranjeros (con o sin pasaporte europeo) en toda su historia. Recelosa precisamente porque la Mareona es conocedora de esa historia, la de su equipo, en la que se ha demostrado una y otra vez que nunca un equipo sin Adn de la casa y cargado de supuestos mirlos blancos ha funcionado.

Una vez instalados en la ira, acrecentada en algunos casos por las decisiones técnicas de Baraja, como la de insistir en Cofie y Sousa en el corazón (de las tinieblas) del centro del campo rojiblanco y dejar en la grada a Nacho Méndez y Cristian Salvador, hace su aparición el odio. El Molinón saca los pañuelos, las linternas de los móviles como si fuera un concierto o lo que se tenga más a mano. Y la gente empieza a disparar contra todo: jugadores, técnicos, directiva, a uno que pasaba por allí... Ocurre entonces que un espontáneo sale de la cafetería de Mareo para acordarse del técnico y demás familia. O que más de uno ya verbalice a su entorno sin rubor que desea que su equipo pierda para que todo se venga abajo, ya sea en el banquillo, en el laboratorio de Torrecilla o en la sala vip del consejo.

Es entonces cuando llega el sufrimiento. El dolor de acabar asumiendo que pasan los jugadores, los entrenadores, secretarios técnicos... y, salvo aquellos dos ascensos, la mediocridad parece convertirse en marca de la casa. ¿Y después? Las sensaciones, el tufillo, no es bueno. La escasa conexión que unía a Baraja, y al proyecto que representa, con la grada ha desaparecido hace tiempo. Vuelven los llamamientos a la revuelta, y como el panorama no mejore, regresarán las marchas de protesta por el Muro los días de partido pidiendo un cambio en la propiedad.

Mientras tanto, Torrecilla, el último pararrayos, y el consejo que preside JF, guardan silencio y no se sabe si están en la fase del miedo, de la ira, del odio, del sufrimiento... o, simplemente, ya se han pasado al lado oscuro.

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