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Eloy Méndez

Avilés grita por su forma de vida

La masiva manifestación y la falta de diálogo de Alcoa

Avilés se quedó ayer pequeña para lanzar un grito desgarrador contra el cierre de Alcoa, pero también a favor de su modus vivendi. La comarca española con el mayor porcentaje de empleo industrial salió a la calle en una manifestación que pulverizó todos los récords en defensa de los 300 trabajadores de su planta de aluminio, la mayoría jóvenes y con familias recién formadas. La respuesta social fue abrumadora. Los accesos a la ciudad estaban colapsados a media tarde por la multitud de asturianos procedentes de otros concejos. En el centro y en los barrios, impresionaba ver cómo los comercios cerraban a cal y canto para que nadie se perdiera la protesta. Las paradas de autobús eran un hervidero en la zona de Las Meanas, donde colectivos de todas las ideologías sacaron sus banderas y sus voces para clamar a coro que la "fuga" de la multinacional es profundamente injusta.

Porque sólo una sensación de inmoralidad puede unir a tanta gente en contra de algo. Y el cierre de las fábricas de Alcoa en Avilés y_La_Coruña tiene mucho de eso, al margen de criterios propios de la lógica empresarial y de que pendiera como una espada de Damocles desde hace cinco años por la cuestión energética. La ciudadanía dejó ayer claro que no entiende que una compañía que se hizo a precio de saldo con una organización estatal hace tres décadas y que ha recibido mil millones de euros en ayudas públicas en los últimos diez años tome una decisión de este calado renunciado a cualquier negociación, más allá de un plan social que pretende recolocar en otros sectores a sus trabajadores, la mayoría hechos tan sólo para elaborar aluminio. Pero entiende menos aún que lo haga sin abrirse tan si quiera a una operación de venta.

Y ahí está una de las claves del asunto. Alcoa quiere irse dejando todo como un solar o, como mucho, convirtiendo sus plantas en enormes depósitos improductivos. Al optar por mantener la de San Ciprián se convierte en rehén de su propia estrategia y se niega a que sigan abiertas las otras dos porque no puede tolerar la presencia de competidores a poco más de 200 kilómetros. Como el perro del hortelano, ni come ni deja comer. No quiere vender. Y miente abiertamente cuando asegura que no tiene a quién hacerlo.

Hace dos años, la multinacional abrió un proceso para deshacerse de sus factorías españolas, aunque se negó a hacerlo público de forma reiterada. Por entonces, el grupo español Alibérico y Atlas Holding (a través de la sociedad Aludium, que gestiona precisamente antiguas fábricas de Alcoa en Alicante y Guipúzcoa)_mostraron su pleno interés en hacerse con ellas. Enfrente, sólo encontraron opacidad y largas en cuanto pidieron abrir unas negociaciones en condiciones mínimamente asumibles. La sensación que quedó de aquella operación es que la firma estadounidense estaba jugando al gato y al ratón. Que pretendía pasar por caritativa para luego anunciar que se veía abocada al cierre.

Y ese mismo riesgo se corre en la actualidad. LA NUEVA ESPAÑA desveló hace unos días que Alibérico mantuvo un encuentro con responsables del Ayuntamiento de Avilés para conocer de primera mano la situación de la planta. Tras esta noticia, se ha especulado con la posibilidad de que el Ministerio de Industria ponga en suerte a otros aspirantes a cambio de pactos con multinacionales asentadas en Asturias. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿quiere realmente vender Alcoa?, ¿está dispuesta a dar una salida digna a sus trabajadores en el caso de que no dé marcha atrás con su negativa a retirar el despido colectivo? Por desgracia, parece que no. A día de hoy.

De ahí que la manifestación de este jueves histórico tenga tanto valor. Puede que los gritos de la marea amarilla que recorrió las calles de Avilés lleguen algo debilitados a los despachos de Pittsburgh. Pero quienes los ocupan ya saben que hay una sociedad en lucha y que marcharse de Asturias a cambio de nada no será tarea fácil.

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