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José María de Loma

No se callan

Al cine se va para ver la película y no de tertulia

Les gusta quedar cada dos o tres meses y ponerse al tanto de todo. De amoríos, ascensos, cotilleos, amigos comunes, política, fútbol, hijos, etc. Son amigos desde la guardería. No se ven todo lo que quisieran, no viven demasiado cerca y el ritmo que impone la vida actual, plagada de obligaciones, deja pocos resquicios. Sin embargo, cada vez que se ven, casi siempre en domingo por la tarde, estos dos amigos, adentrados en la treintena, sienten la magia de la amistad, la fluidez de la conversación sincera, la pulsión del bienestar que da compartir confidencias. Es una conexión como si se hubieran visto ayer. Y charlan y charlan. A mí, que escribo estas líneas, me parece todo esto estupendo. Lo malo es que en vez de quedar en un pub o cafetería, en un parque o en la pura calle quedan en un cine. Y no se callan.

No se callan en los anuncios previos a la sesión, que cada vez son más molestos, largos y poco originales. No se callan durante los trailers, que te revientan las películas de forma lamentable. No se callan cuando alguien los manda callar y no se callan cuando empieza la película. No paran. Y chu, chu y chu. Con lo bien que se está tomando un coñac y recordando la niñez en un bar con chimenea. Pues nada, ahí están, fila ocho, centro de la sala, sala abarrotada. Y sin embargo sólo se les oye a ellos. A estas alturas de la película, con el protagonista aún vivo y un guiri al que seguro que matan, ya estoy al tanto de que una tal Sonia ha dejado al marido que a lo que se ve tenía escasa propensión a la higiene corporal. También sé que un tal Guillermo se está comportando como un auténtico trepa con Galíndez en una empresa de no sé qué que no sé cómo no me he enterado de cómo se llama y a qué se dedica dado que la han debido nombrar ya siete veces. La película avanza y mis nervios también avanzan hacia cierto desquiciamiento. Un desquiciamiento no como para desear tener una recortada a mano, pero sí un huevo. Un huevo para tirarles. Que no mata ni hace mucho daño pero mancha y hace captar el mensaje, sobre todo, hace captar el mensaje de que al cine se viene hablado. Se calla uno. Oye, siente, ve, padece, se solaza o sufre, llora o ríe. Pero no se dedica a cascar y cascar como si estuviera en el salón de su casa porque es que está en el puñetero cine. Al que los mortales convencionales, con la vida plagada de obligaciones absurdas o muy necesarias, no podemos venir todos los días ni siquiera todos los meses. Ya han matado al guiri.

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