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Sol y sombra

Despedida a la francesa

Trump se muestra incómodo en París, como si nada fuera con él

Donald Trump se ha despedido en París a la francesa. En todo momento aparentó ser un huésped incómodo. En las fotos que estos días ilustran la cumbre de líderes mundiales en los actos de conmemoración del fin de la Primera Guerra Mundial sólo se le ve a gusto cuando le guiña el ojo a Putin o le da una palmada en el brazo: es el deshielo después de unos meses de confrontación por las acusaciones de injerencia de Moscú en las elecciones presidenciales de Estados Unidos o las diferencias en los conflictos exteriores de Ucrania y Siria.

Pero el París figurativo de este nuevo armisticio no era una fiesta para Trump muy alejado del simbolismo que despierta la efemérides o, en cualquier caso, en guardia por ser el líder mundial de la internacional populista cuyos demonios se pretenden conjurar. Si alguien hurga en el peligro de la demagogia para las democracias sólo tiene que rascar en la piel de elefante del gran jefe blanco de Washington y tendrá a su alcance un tratado.

Lo mejor es seguir pensando que vivimos en una Europa, aunque amenazada por los nacionalismos, diferente a la que encadenó dos tragedias mundiales seguidas. Que la paz y el progreso son los dos grandes logros de una construcción europea que no se acaba de consolidar con la fortaleza suficiente para enfrentarse a sus viejos demonios. Dicen que una nueva guerra no sería posible en este escenario, pero aunque la historia no se repita los hechos tienden a parecerse demasiado. Si no fuese así no estaríamos cometiendo habitualmente los mismos errores.

A Trump todo esto, si es que realmente lo entiende, le aburre barbaridad. Por eso no encuentra acomodo entre los líderes europeos.

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