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Dos en la carrera / Kilómetro 13

Tal para cual

Oviedo y Sporting ahondan su crisis, que les aleja de la cabeza de la clasificación y les acerca a la cola

Cuando por primera vez en la temporada se van a mirar cara a cara en vez de hacerlo de reojo los dos corredores asturianos de la maratón de Segunda pueden presumir de cualquier cosa menos de éxito. Cada vez están más lejos de la cabeza y más cerca de la cola, y si algo distingue su estilo, hay que buscarlo más entre los defectos que entre las virtudes. Con sus entrenadores cuestionados, a Oviedo y Sporting les separa sólo un punto y les une la calamidad. Son tal para cual.

UN SPORTING EN LA PRECARIEDAD

El Sporting salvó un punto ante el Málaga en el último segundo, pero ese hecho, por mucha carga emocional que incorpore, no pudo ocultar la precariedad en que se mueve el equipo en cualquiera de las versiones que ofrezca su muy criticado entrenador. Porque por mucho que la alineación alternativa que presentó Baraja transmitiera sobre el terreno voluntad y entrega, lo cierto es que ofreció tan poco fútbol como la que venía siendo titular, cuyo sistema de juego replicó sin mejorar los efectos. Si marcar es el objetivo principal del fútbol y el remate es su vía de aproximación, ¿qué se puede decir de un equipo que tarda 72 minutos en lanzar un tiro, aunque sea flojito, entre los tres palos? A estas alturas el Sporting es un equipo precario en juego, que se ha trabajado a pulso su mala clasificación.

Un penalty clave. El Sporting aguantó sin demasiado agobio en el primer tiempo a un Málaga que no pareció tan temible como sugería su clasificación, quizá porque acusó sus muchas bajas. Y al reanudarse el partido dio la sensación de que quería intentar algo más. Fue entonces cuando se produjo un hecho clave, como fue el penalty que el árbitro señaló a Álex Pérez en un forcejeo con Juanpi al borde del área, decisión sin duda muy rigurosa, por más que el central rojiblanco se expusiera a un riesgo excesivo. Cuando, al ejecutar el castigo, Blanco Leschuk estampó el balón en el poste, El Molinón exhaló un suspiro mezcla de alivio y satisfacción, como celebrando que se hubiera hecho justicia. Pero de inmediato ese desahogo se tornó en cólera cuando, después de que Mariño interceptara in extremis el tiro de Juanpi, que se había hecho con el rebote, el juez de línea levantó el banderín, indicando que el balón había traspasado la línea de gol. La televisión demostraría de inmediato que el auxiliar había acertado, pero al público no le llegó ese mensaje y su enfado encendió el ambiente y prendió en los jugadores del Sporting, que, al fin, se atrevieron a intentar romper el partido. También prendió en el árbitro, que, en cuanto tuvo la oportunidad, pitó a favor del Sporting un penalty compensatorio, que Carmona, que lo provocó teatralmente, no perdonó al ejecutarlo.

Un final equívoco. Una remontada en casa siempre tiene un valor adicional, pero el Sporting no consiguió extraerlo del empate. Cuatro minutos después de conseguirlo, el delantero del Málaga Blanco Leschuk remató de cabeza al poste. Al minuto siguiente Mariño evitó por dos veces el gol en un acoso malaguista, pero a la tercera Koné no perdonó. Y seis minutos después de ese gol Mariño, con una buena salida, evitó que Blanco sentenciara definitivamente el partido. El Sporting quería pero no podía. En los estertores del partido el Málaga cedió terreno, o el Sporting se lo arrebató a las bravas. Y lo que no consiguió con el lanzamiento de algunas faltas y dos saques de esquina, llegó in extremis como consecuencia de un faut. Djurdjevic, que recibió el balón, lo adelantó a Neftalí y éste acertó a desbordar a Pau Torres para ganar la línea de fondo y dejar un pase atrás que Carmona remató a la red después de haberse adelantado al primer palo. ¿Quién si no el mallorquín, que puede irritar en muchos momentos del partido, pero que es de los pocos jugadores del Sporting, si no el único, que entran al remate con decisión? El gol fue aclamado por el graderío, pero ese alborozo no implicaba ninguna absolución. Casi sin solución de continuidad, los ecos de la ovación dieron paso a los silbidos a los jugadores locales cuando acudieron a saludar desde el centro del campo. La afición quiere a su equipo, pero espera de él mucho más de lo que le está dando.

Noche de protestas. Esos silbidos finales no fueron los únicos de una noche en la que no sólo llovió agua sobre El Molinón. En el minuto 26 del segundo tiempo miles de móviles encendieron sus linternas para protestar contra la propiedad del club. Y durante los minutos en los que al Sporting estuvo a punto de írsele definitivamente el partido el graderío emitió por dos veces su voto de censura contra el entrenador. Lo hizo, yendo un punto más allá de lo habitual, mencionando el nombre del sustituto que propone, José Alberto, entrenador del filial sportinguista. A Baraja parece habérsele agotado el crédito. No consiguió mantenerlo, no digamos acrecentarlo, con los supuestos grandes refuerzos llegados del mercado extranjero ni lo ha recuperado cuando, como en los dos últimos partidos, recurrió a la línea de reserva, que incluye la producción propia. Cristian Salvador e Isma Cerro -éste, el de más desparpajo- cumplieron ante uno de los equipos fuertes de la categoría. En la ovación que despidió a Pablo Pérez cuando fue sustituido iba incluido, sin duda, el reconocimiento a su lucha. Noblejas cumplió, incluso por encima de Molinero, que es nulo en ataque. Y Santana, que casi logró marcar en un buen disparo desde fuera del área, estuvo correcto, aunque sin mucha imaginación. Pero con las nuevas aportaciones el Sporting siguió siendo el mismo: un equipo poco creativo, que se despliega mal, combina sin eficacia ni belleza y apenas llega con peligro a la portería contraria. Todo eso se perdonaría si los resultados lo taparan. Pero como semejante milagro no se produce y los números del equipo son más bien desastrosos, es inevitable que se planteen alternativas.

EL OVIEDO, DESASTRE EN EL PEOR MOMENTO

El 4-0 cosechado por el Oviedo en La Coruña supuso un desastre en el momento más inoportuno. Se daba por supuesto que Riazor iba a ser un campo difícil, ya que en esta temporada el Deportivo había ganado cuatro de los cinco partidos disputados en él, pero de eso a recibir una de esas goleadas que ya no se estilan en una competición tan igualada como la actual Segunda División hay un trecho demasiado grande. Tanto como trescientos kilómetros, que, como por autovía no son nada, propiciaron un seguimiento masivo al equipo azul. Ese importante apoyo recargó la decepción, cuyo primer aliviadero es siempre la búsqueda de culpables.

Anquela, cuestionado. Como era inevitable, el primer destinatario del enfado del oviedismo, representado por los dos mil seguidores que sentaron plaza en Riazor, ha sido el entrenador oviedista. Anquela, que ha venido gozando, si no de la confianza, al menos de la complicidad de la afición del Oviedo, empieza a estar cuestionado. Los resultados le condenan. Y a sus pruebas, que podrían ser un descargo a su favor, el fracaso las acaba por convertir en una carga acusatoria más.

Posesión ¿para qué? En La Coruña Anquela probó una vez más. Mantuvo el sistema de cinco defensas, pero incorporó a dos centrales nuevos, con el regreso de Carlos Hernández y el casi debut del mexicano Oswaldo Alanís, y desplazó a Christian al puesto de carrilero izquierdo, con Yoel Bárcenas en la derecha. Cubrir la baja de Saúl Berjón, por muy lejos que esté de su mejor forma, era, además, una dolorosa necesidad. Con Javi Muñoz al lado de Tejera y con el respaldo de Ramón Folch, el Oviedo salió a Riazor con un equipo capacitado en teoría para tener un buen trato con el balón. Y lo tuvo. Esas estadísticas que ahora están tan en boga, por mucho que tengan su punto de equívocas, dirían que la posesión del balón fue netamente suya: un 57 por ciento, frente al 43 por ciento del Deportivo. Pero la eficacia estuvo netamente del lado de los coruñeses, que cuando tuvieron el balón supieron utilizarlo para golpear al Oviedo donde más le duele.

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