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Tarjeta azul

Una tarde con Merkel

La comparecencia de la canciller alemana ante el Parlamento Europeo

Angela Merkel comparecía el pasado martes ante el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Su intervención parecía el inicio de un largo epílogo tras anunciar hace unas semanas que abandonaría la política germana al finalizar esta presente legislatura. Sin embargo, aún le quedan en principio tres años por delante en la Cancillería, por lo que no deberíamos adelantar valoraciones globales sobre su legado. Es cierto que parece difícil que pueda mantenerse en el poder durante toda esta legislatura, que casi acaba de empezar, si los resultados electorales siguen sin acompañar a su partido (CDU), ni a sus socios (SPD y CSU). En este sentido, las elecciones europeas del próximo mayo podrían llegar a ser determinantes.

El discurso de Merkel estuvo dotado de una notable pasión europeísta, permanentemente interrumpida desde las filas eurófobas. La Canciller asumió con deportividad estas intrusiones, afirmando que ella también es parlamentaria y conoce estas prácticas de distracción. Después de realizar una declaración de principios, muy al calor de los actos del pasado fin de semana en recuerdo de la I Guerra Mundial, la intervención de la Canciller se centró en tres grandes áreas, que fue detallando de mayor a menor concreción.

En primer lugar, la Canciller apostó por un desarrollo más ambicioso en la política de seguridad y exterior común, llegando a considerar prescindible el actual requisito de la unanimidad para cualquier decisión. Pero además marcó claramente el objetivo a medio plazo: el desarrollo de un ejército plenamente europeo, como garantía del fin de la guerra entre nosotros, y elemento central de una autonomía estratégica de la que Europa, y los propios Estados miembros, carecen. Para ello defendió los avances en la cooperación estructurada permanente que ya está funcionando, el desarrollo más ambicioso de las fuerzas de intervención rápida, la provisión coordinada, y un largo etcétera de compromisos, culminado con la creación de un Consejo de Seguridad Europeo. Estas propuestas siempre han estado en el frontispicio de los avezados federalistas y parece que se abre una ventana de oportunidad. No obstante habrá que medir y valorar convenientemente las apuestas de inversión en estas áreas que, sin duda, compiten en atención con otras, como ya estamos observando en la negociación del marco financiero plurianual 2021-27. En todo caso, en este área de política de seguridad y exterior, Merkel mostró un grado de concreción y empuje nítido.

En segundo lugar, Angela Merkel se centró en el área económica y fiscal, y en la reforma de la zona euro. Debo decir que en este apartado fue bastante menos concreta. Saltó del reconocimiento al presidente de la Comisión Juncker por el funcionamiento del Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas, a una rápida mención a la unión bancaria, que su propio gobierno está bloqueando en el Consejo. Pocas cosas nuevas, ni compromisos a la vista sobre una multitud de dossiers, que como con el seguro de depósitos está siendo ralentizado desde Berlín. Anunció futuras propuestas conjuntas con Francia en el ámbito presupuestario, respaldó livianamente el impuesto digital y pronunció unas cuantas frases sobre la inteligencia artificial y la innovación como motor de la economía a medio plazo.

Por último, Merkel hizo referencia a las crisis de refugiados y a la política de asilo. En este bloque, defendió primero la cooperación con África, el desarrollo de Frontex como herramienta contra el tráfico de personas, y la puesta en marcha de un sistema común de asilo. Buenos propósitos, pero plagados de incongruencias y dificultades en el seno del Consejo Europeo.

Igual de interesante que su intervención lo fue después la de Juncker, que con un tono bajo (como casi siempre) aplaudió sus compromisos, pero le reprochó que no apoyara más las propuestas concretas de la Comisión. El líder parlamentario del Partido Popular Europeo (PPE), Manfred Weber, aprovechó el debate inadecuadamente para realizar anuncios electorales de su candidatura a liderar la Comisión, y el portavoz del grupo socialista, Udo Bullmann, se mostró distante pero a la vez ofreciéndole un espacio donde trabajar frente a las fuerzas antieuropeas.

En todo caso, y más allá de las críticas a la Unión del portavoz de la derecha euro-escéptica, el polaco Legutko, y la defensa federalista de Guy Verhofstat, el debate tuvo un detalle que muestra la belleza de la Unión. La líder del grupo de la izquierda unitaria, Gabriele Zimmer, se permitió dar algunas lecciones de democracia a la Canciller: ambas nacieron y vivieron en la Alemania comunista, una como hija de un pastor protestante centrada en su educación, la otra como miembro y dirigente del antiguo partido comunista único. Ambas compartían parlamento el pasado martes en una Europa unida.

Sin duda, el debate con Angela Merkel sonó a despedida aunque sería prematuro realizar una valoración global de su mandato, marcado por la crisis económica primero y la de refugiados después. Obviamente me distanció notablemente su comportamiento durante la recesión y me solidarizó más con su respuesta a la crisis de los inmigrantes. Pero estamos aún pendientes de esa apuesta tan serena pero tan fuerte por el desarrollo de esa autonomía estratégica de la Unión en materia de defensa y política exterior. Veremos.

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