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Testigo de encargo

Salir de casa

Los dos pilares sobre los que se fundamenta un festival de cine son evidentes: las películas y el público. Un festival es un puente entre ambos, un vehículo de conexión para que dialoguen y se descubran mutuamente. El objetivo con el que se diseñan y se llevan a cabo estos certámenes, o debería serlo, es el de dar visibilidad a las películas, y que estas sean tratadas con el cariño y el respeto que se merecen. No hay mayor muestra de cariño y respeto por el cine que proponer una programación al público, ofrecerle un billete para viajar a lugares desconocidos y convertirse en el hilo invisible que los mantiene unidos. Una función exigente y esencial, sobre todo, en esta época, en la que las pantallas de cine se han reducido notablemente y hemos visto cómo los dispositivos digitales y las pantallas de pequeño formato han multiplicado su presencia en nuestra vida cotidiana, cambiando para siempre nuestros hábitos a la hora del visionado de contenidos audiovisuales. Cada vez más nos hallamos expuestos a una oferta arrolladora que nos inunda y, en ocasiones, obstruye nuestra capacidad de elección. Por esa razón el papel de los festivales, como prescriptores de oferta audiovisual, aparece en el horizonte casi como si se tratara de un oasis en el que pararse a la sombra y poder refrescar nuestras retinas. Ayer arrancó una nueva edición del FICX, como suele suceder en estos casos, con la inevitable gala de inauguración, a la que siguió el estreno de "La favorita". La nueva película del cineasta griego Yorgos Lanthimos compite este año en la sección oficial junto, entre otros, al prolífico director coreano Hong Sang-soo, que hace doblete con sendos largometrajes, y en la que también encontramos el último largometraje del asturiano Ramón Lluis Bande. Ya está en marcha la maquinaria, ahora toca dejarse llevar.

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