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Sobre el clima de Oviedo

El otoño primaveral en la capital asturiana

Paso unos días en 0viedo por asuntos particulares y la evolución del clima me da la oportunidad de observar los cambios bruscos del paisaje, como si fuera el decorado de una obra de teatro. Llego con una tremenda borrasca de nieve borrando los contornos de la sierra del Aramo y marcho con una temperatura que hace grato sentarse al aire libre en la terraza de un café después de cenar. El contraste, por extremo, es fascinante pero no deja de preocupar. Es como si el termostato que controla el clima se hubiera estropeado y ahora mezclase la temperatura propia del otoño avanzado con el de la primavera tardía. Una situación embarazosa para cualquier viajero que ya no sabe con qué ropa ha de llenar la maleta. Antes lo normal era pertrecharse con un buen abrigo, una chaqueta de paño, un jersey de lana, unos guantes, una bufanda y el complemento de unos calcetines de lana. Ah, y también un par de buenos zapatos de suelo de goma para evitar el agua y el frío. Pero ahora todo eso sobra o ha de llevarse por duplicado en compañía de un amplio repertorio de ropa de primavera que permita afrontar sin sudar demasiado el súbito ascenso de los termómetros.

Cuando el clima era estable, y las estaciones se sucedían unas a otras con total normalidad, fuera de raras excepciones, al benedictino Padre Feijoo le gustaba salir de la celda desde la que combatía las supersticiones y el reaccionarismo español de su época para contemplar a lo lejos las crestas blancas de los picos de la sierra del Aramo, a los que él llamaba la "nieve de Morcín". En aquel tiempo, y en el mío (más de doscientos años después), lo usual era que en la serranía empezase a nevar en octubre y llegado mayo todavía el sol hiciera brillar los neveros. Yo vivía en Santa Susana, frente al parque de San Francisco, y cuando las grandes nevadas cubrían la ciudad debía utilizar una pala para despejar la que había caído sobre la terraza. Y aprovechaba las horas de la noche para tal función cuidando de no hacerla caer sobre los raros transeúntes que se atrevían a circular por la calle a riesgo de romperse la crisma en un resbalón. Ahora todo eso es historia y fuera de la alta montaña, y de forma tan frenética como pasajera, casi no nieva sobre las ciudades del norte.

Por lo demás, fueron unos días de grato pasar. Una de las noches primaverales me encuentro a la entrada de la ópera con un amigo de los años de la universidad, el doctor Jaime Martínez, al que tanto deben los aficionados ovetenses a la música y al 'bel canto'. Nos damos un abrazo y se marcha a saludar a los artistas. Al día siguiente continúa el calor y me voy a pasear a la villa balnearia de Las Caldas, junto al río Nalón, que ahora baja limpio y es refugio de aves migratorias. El otoño primaveral da para mucho.

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