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José María de Loma

Alcalde, qué hay de lo mío

Inversiones en obras para llegar a la campaña electoral en buenas condiciones

El alcalde de mi pueblo ha anunciado que invertirá unos cuantos millones para acometer obras. Escribe uno en la primera frase de una columna los verbos invertir y acometer y ya está haciendo oposiciones a que el lector se desenganche, pero es que el asunto es jugoso, actual, comentable de necesidad. Kilos y kilos presupuestados, sacados de aquí y allá, de desinversiones y superávits, de remanentes y tal. Kilos en vísperas de las elecciones. Un lifting para la ciudad, bordillos lustrosos, calles baldeadas, bombillas repuestas. Chapa y pintura para urbes o villorrios de contrastes en la que, por ejemplo, puede pasarse en pocos minutos del pulcro hall de un museo a una calle con ratas. Se trabaja a toda prisa en reformas.

Tiempo de elecciones. En todos sitios cuecen habas pero en algunos sitios son habas mucho más gordas que en otros. Todos los alcaldes libran estos días importantes cantidades de dinero para llegar a la campaña electoral en buenas condiciones. Es hora de pedirle a los alcaldes. Están facilones en esta época, propicios, proclives, cachondos ante la posibilidad de revalidar el sillón. Hay que pedirles un solar para nuestra asociación, una subvención para nuestras aficiones, un barrendero para nuestro portal, medios para los bomberos, zonas verdes, iluminación LED, una pista de pádel, mejoras en colegios, eliminación de cableados, arroz con pulpo y boquerones al limón. Hay que pedirles mucho, mejoras en aliviaderos, un centro cívico, un nido para cotorras, alcornoques en el barrio, palmeras, magnolios, un parque infantil, placas fotovoltaicas, escalopines. No hay que conformarse con esos abrazos y palmeos en la espalda, ese besuquear a los niños regordos, somnolientos y sonrientes. Que se vayan a besuquear a su casa o a quien esté falto de cariño, deprimido o rijoso. Hay que pedir y pedir hasta la petición final para después ir (a través de una calle, eso sí, benditamente asfaltada y hasta con pasamanos y moquetas y bordillos plateados) a votar lo que a uno le venga en gana. La fórmula es prometer pero antes meter. Meter cemento, fregona o piqueta por aquí y allá para ver si la ciudad reluce y el votante se reconcilia con sus munícipes. Meterle lápiz al presupuesto, estirarlo, electoralizarlo. Elecciones municipales en lontananza. Alcalde, qué hay de lo mío.

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