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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Gloria de rufianes

En cuanto que árbitro imparcial del partido dialéctico que se disputa en el Congreso de los Diputados, la presidenta de la Cámara, Ana Pastor, debería reclamar la atención de la comisión antiviolencia. Y además de mostrar tres tarjetas amarillas admonitorias previas a la expulsión del hemiciclo de parlamentarios rufianes haría bien en proponer a un órgano superior medidas sancionadoras más graves, como suspender de empleo y sueldo a aquellos cargos electos de hábito verbal ponzoñoso, además de obligarles a blanquear sus palabras con lejía. O hacerles tomar, antes de entrar a las Cortes, dos cucharadas colmadas de Mimosín.

El espectáculo de esta semana en el graderío de más baja estofa del hemiciclo cabe calificarse de ruin y deplorable. Pocas veces se había llegado a un extremo de tamaña vileza en el uso de la palabra ni se había alcanzado tal grado de sandez en el muestrario de gestos y aspavientos, escupitajo incluido, aunque se quedara en un amago.

De Gabriel Rufián cabe decir que su frecuente actitud desde el escaño hace honor a las acepciones más oscuras de su apellido: bellaco, granuja, truhán y garitero.

Digamos que se trata de un diputado tres en uno por cuanto reúne en su persona, multiplicadas, las tres condiciones que Ortega recomendaba no llevar al Parlamento: quien ocupa los asientos donde reside la voluntad popular no puede hacer ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí.

Como este modelo zafio y patán haga carrera y el Congreso se nos llene de rufianes, cualquier día nos amarga el Telediario una riña de patio de colegio, a tortas y zapatazos.

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