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¿Aún mora Dios aquí?

El patrimonio religioso, incluidas la arquitectura y la música, como un elemento fundamental de la cultura europea a conservar

Dobri Dimitrov Dobrev falleció a principios de este año en el monasterio de San Jorge, en Kremikovtsi, Bulgaria. Había estado casado y tenido cuatro hijos, pero se alejó paulatinamente de su familia para dedicarse por completo a la religión. Entregó todos sus bienes al patriarcado de Bulgaria y se fue a vivir a una modesta habitación aneja a la iglesia de Bailovo, su pueblo natal.

Dobri, que significa "bueno" en búlgaro, se pasaba el día pidiendo limosna a la puerta de una iglesia. Luego, entregaba el dinero para la restauración de ésta. Recorría kilómetros para mendigar en favor de un templo o un monasterio. Aguantaba el frío, resistía horas sin comer, se alimentaba de pan y tomates, dormía en el suelo y, sin embargo, no perdía jamás la sonrisa. Tenía, en el momento de su fallecimiento, 103 años.

El "abuelo Dobri" abandonó este mundo cuando apenas había comenzado el Año Europeo del Patrimonio Cultural 2018, cuyo lema es "Nuestro patrimonio: donde el pasado se encuentra con el futuro". Se incluye, como es natural, el religioso. Ya en 2015, la Comisión de Cultura y Educación del Parlamento Europeo se manifestó en estos términos: "El patrimonio religioso constituye una parte inmaterial del patrimonio cultural europeo" y pedía que "los lugares, prácticas y bienes vinculados a prácticas religiosas no se menosprecien en el discurso del patrimonio cultural europeo ni sean objeto de trato discriminatorio". Además, "el patrimonio religioso histórico, incluidas la arquitectura y la música, ha de ser conservado por su valor cultural, con independencia de sus orígenes religiosos".

A este respecto, nunca se reconocerá suficientemente la meritoria contribución de la Iglesia en pro de la cultura. Pocas instituciones la igualan. Es inabarcable la extensión de obras, entidades y actividades que han emanado de ella: edificios emblemáticos, museos, universidades, colegios, vídeos, películas, programas de radio y televisión, cursos, conferencias, libros, revistas, periódicos, relatos, poemas, cantos, composiciones musicales, cuadros, imágenes, tejidos, fotografías, utensilios, muebles, ornamentos, actividades educativas y recreativas, fiestas, gastronomía, ceremonias, orfebrería, costumbres, escuelas de pensamiento, onomástica y léxico. La Iglesia es, en sí misma, el museo más grande de Europa.

Sin embargo, el cambio de rumbo en las prácticas religiosas, el invierno demográfico y la crisis económica, entre otros factores, han traído consigo el deterioro del patrimonio religioso, que la Iglesia trata de gestionar como puede, contando, para ello, con la ayuda de la administración pública, cuando los representantes de ésta saben apreciar el valor intrínseco de esos bienes y el extraordinario potencial de futuro que contienen. Mas es de tal magnitud la tarea que todavía queda por realizar que, en tanto llega el auxilio a lugares apartados, despoblados y empobrecidos, las iglesias, capillas y ermitas, se lamentan de soledad y abandono: "Sunt lacrimae rerum". Las cosas lloran, dice Virgilio en el libro I de la Eneida.

Hoy, además, los lugares sagrados están siendo reutilizados para otras funciones que no son las propias. Se usan como auditorios, comedores, parlamentos, teatros, museos, pistas de patinaje o graneros. La secularización de los templos, y de los enseres y objetos que les pertenecen (altares, retablos, confesonarios o candelabros), conlleva un decaimiento espiritual grande en las personas religiosas y en las que, sin serlo, estiman ese patrimonio como un legado innegociable recibido de sus antepasados creyentes.

De ahí que el Pontificio Consejo de la Cultura, la Conferencia Episcopal Italiana y la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma hayan organizado, para esta semana, un congreso que lleva por título: "¿Aún mora Dios aquí?" (Doesn't God dwell here anymore?), en el que se abordarán las cuestiones arriba referidas y otras muchas que tienen que ver con el futuro de los templos, a cuya conservación dedicó Dobri Dimitrov Dobrev su larga vida, a fin de que nunca dejasen de ser la Casa de Dios.

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