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Dos en la carrera / Kilómetro 15

Se los ve más sueltos

El Oviedo al fin encadena victorias, y el Sporting - vuelve a ganar fuera tras la revolución de José Alberto

Todavía lejos de la cabeza de un pelotón comandado a toda velocidad por un Alcorcón que no se sabe todavía si es un aspirante a ganador o una liebre, los dos corredores asturianos de la maratón de Segunda se muestran más sueltos. En la jornada o kilómetro 15 ambos han superado limitaciones propias. El Oviedo ha logrado, por primera vez en esta temporada, encadenar dos victorias consecutivas. Lo del Sporting -ganar a domicilio tras medio año sin hacerlo- tiene mayor entidad, pues va unido a la llegada de un nuevo entrenador que parece haber traído la revolución debajo del brazo.

el oviedo, como en casa

Al cabo de ocho partidos disputados en el Carlos Tartiere el Oviedo comienza por fin a sentirse en él como en casa: ya suma más victorias que cualquier otro resultado. Que esa conquista, que lo es, se haya consolidado ante dos rivales en plena crisis -el Sporting de Baraja y el Reus- no le quita relevancia, pues estaba claro que, antes que a los demás, el Oviedo debía superarse a sí mismo. Tras acostumbrar a su público a verle complicar lo que parecía fácil, ante el Reus le dio la satisfacción de poder disfrutar sin sobresaltos, tanto más cuanto que dejó las alegrías para el segundo tiempo, periodo en el que antes se le emboscaban los disgustos.

Primero, sopor. Para quien hubiera pensado que, de cara al partido contra el Reus, el principal peligro para el Oviedo podía estar más en sus propias bajas que en la capacidad del rival, el primer tiempo le habría dado la razón. El juego rutinario del Oviedo hacía añorar a Tejera y a Berjón, que lo oxigenan y le dan frescura con su habilidad y su imaginación. El Reus, escaso de ambiciones, llegó a sentirse cómodo con aquel rival que apenas le creaba peligro. Si el Oviedo le presionaba arriba, el Reus no arriesgaba en intentar superar la barrera sino que retrasaba el balón a su portero. Y Badía, que no es un virtuoso con los pies, rifaba el balón o lo enviaba a la grada. Así pasaron los minutos.

Luego, el vuelo. Pero el comienzo del segundo tiempo supuso el inicio de otro partido muy diferente. Una cualidad del Oviedo de Anquela es su buen arranque. Si en el minuto 1 del partido había estado a punto de marcar, necesitó menos al reanudarse el juego para conseguir un gol: apenas 45 segundos. Ese gol, como el vicegol del principio, llegó volando, pues lo trajeron las alas. Diegui Johannesson profundizó por la derecha antes de retrasar a Javi Muñoz, que centró a media altura hacia el punto de penalty, adonde se había adelantado Mossa. Su volea con la derecha fue directa a la base del poste. No importó, porque si Mossa había sido el más rápido para llegar al centro, lo fue también para alcanzar el rebote. Y marcó a puerta vacía. El Oviedo comenzaba a despejar el camino. Lo dejó supuestamente en franquía cinco minutos después en una falta provocada por Ibrahima, en cuyo lanzamiento Bárcenas supo sacar partido del caos con que organizó la barrera el Reus, en el que uno de sus jugadores llegó a agacharse. Y, para cerrar el partido, esta vez sí, Diegui forzaría un penalty, que Joselu fallaría en primera instancia para beneficiarse de inmediato de la recuperación del balón por parte de Bárcenas, que se lo cedió generosamente. Joselu había quedado tan defraudado con que Badía le hubiese adivinado la intención en el lanzamiento del penalty que ni siquiera celebró el gol. Seguro que lo hubiera hecho por todo lo alto si el cañonazo que largó en el minuto 81, tremendo por la distancia, la fuerza y la dirección, hubiera terminado en la red y no lo hubiese devuelto el poste. Ese gol hubiera sido la guinda del pastel que el Oviedo había cocinado en veinte minutos, en los que a la consistencia había sabido añadir la profundidad. Se la habían dado, sobre todo, los hombres de las alas: un Diegui espléndido de velocidad y decisión y un Mossa tan ambicioso como certero. Con los dos carrileros en tan buena forma y con un buen surtido de centrales, es probable que Anquela no tenga muchas dudas sobre el sistema de juego a elegir, en el que, para reforzar lo ya acreditado, encajan jugadores versátiles como Bárcenas y poderosos como Ibrahima. Si pone a punto a todos sus efectivos, el Oviedo está obligado a pensar en grande. O, como poco, a ser ambicioso.

El honor de Linares. Y generoso, siempre. En ese aspecto su afición marca la pauta. Se vio en la relación con Linares. El exoviedista transmitió de forma inequívoca que el mejor homenaje que podía hacer al oviedismo era demostrar su profesionalidad y, en la soledad a la que le condena el sistema de juego de su equipo, buscó una y otra vez el que hubiera sido realmente el gol del honor. Estuvo a punto de conseguirlo en dos ocasiones, lo que evitó Champagne. Lejos de reprochárselo, la afición oviedista se lo agradeció de forma explícita. Ocurrió en los minutos finales de un partido que había comenzado con una rectificación necesaria, el minuto de silencio por Chuso, que inexplicablemente no se había guardado el domingo anterior. Lástima que el árbitro lo recortara.

sporting: la señal, en granada

Si el atribulado Sporting necesitaba una señal de esperanza no la pudo encontrar con mayor rapidez. Le esperaba en Granada, donde, según el dicho, todo es posible, aunque los hechos mantenían de forma contumaz que no lo era para el equipo gijonés, pues no había logrado ganar nunca allí. Pero el problema era ahora más de urgencia que histórico, pues el club rojiblanco no conocía la victoria fuera de casa desde hace siete meses. Para conseguirla frente a uno de los equipos fuertes de la Liga actual le vino bien reinventarse.

Nuevo en todo. La primera novedad estaba en el banquillo, con el relevo de Baraja por José Alberto López. El hecho de que el nuevo entrenador procediera de casa implicaba, al menos en teoría, que tendría un buen conocimiento de los problemas del equipo, así como de los recursos para resolverlos. Y José Alberto no defraudó esas expectativas. El equipo que salió al terreno de juego de Los Cármenes fue un nuevo Sporting, no sólo por los ocho cambios con respecto al que había perdido una semana antes en el Carlos Tartiere, sino también por su forma muy diferente de plantear el juego. Frente al equipo precavido de la etapa anterior, cuyo objetivo prioritario, según saltaba a la vista, era evitar que le marcaran un gol, el primer Sporting de José Alberto fue un equipo que asumió riesgos a cambio de buscar directamente la victoria. Adelantó líneas, presionó al rival en su campo y en sus jugadas de ataque trató de llegar con varios jugadores al área contraria. Fue significativo que marcara el primer gol del partido y que quien lo hiciera, y no en una jugada de estrategia, fuera Cofie, el medio que juega por delante de la defensa, lo que quiere decir que el equipo estaba arriba.

Viento a favor. Ante un Granada fuerte y nada conformista al Sporting no le bastó con las buenas ideas y un evidente sacrificio para tratar de llevarlas a la práctica. Como era lógico al comienzo de una nueva etapa, el equipo, que en el Nuevo Los Cármenes vistió ese uniforme verde que, sobre ser feo, da tan mal en televisión, posiblemente no pasará de ser un boceto del que pretende conseguir el entrenador. Por eso no le vino mal que el viento de la suerte le soplara a favor. Porque suerte fue que hasta cuatro cabezazos francos de los atacantes granadinos salieran hacia el centro de la portería defendida por el, por otra parte, estupendo Mariño, tan bueno bajo los palos como en las salidas por alto. Y algo de suerte hubo en el gol del triunfo, porque, aunque Traver lanzó muy bien la falta del minuto 91, con un efecto insidioso muy difícil de contrarrestar por los defensores, no es frecuente que esos balones lleguen a la red. En fin, suerte fue también para el Sporting que el partido lo juzgara un equipo como el encabezado por el riojano Ocón Arraiz que, a despecho de la presión del graderío, se atrevió a acertar en algunas jugadas decisivas, como dos fueras de juego en jugadas del Granada que terminaron con el balón en la red del Sporting. En el VAR doméstico de la televisión se pudo comprobar que el árbitro y sus auxiliares tuvieron ojo de águila para percibir con precisión el adelantamiento, por poco, pero adelantamiento al fin, del atacante granadino de turno.

Acierto propio. Pero, por bien que viniera el viento a favor, el componente principal de la victoria del Sporting fue de aportación propia. Todo el equipo luchó por el balón y, además, se atrevió a intentar jugarlo, sin rifarlo en el juego directo. Del acierto de Mariño ya se ha hablado. La defensa sufrió a veces por los costados, mientras se mantenía firme por el centro. Cofie se benefició de tener una función más clara. Y además marcó un gran gol. Entre los centrocampistas hubo altibajos, sobre todo en Sousa. Traver demostró más eficacia en el lanzamiento que en el desborde. Carmona dio oxígeno al juego con sus regates. Y Nacho Méndez, dentro de un buen tono general, aportó detalles decisivos: el primer gol sportinguista llegó después de una jugada suya en la que llegó hasta la línea de fondo, dio luego una asistencia de oro a Blackman y provocó la falta de la que saldría la victoria de su equipo. Y si había hecho la que dio temporalmente el empate al Granada fue porque nadie parecía capaz de detener la arrancada de Álex Martínez.

Y una revelación. Con todo, si hubiera que destacar algo en el Sporting por lo que supuso como novedad interesante, fue sin duda la actuación de Blackman, en cuanto que apuntó que puede ayudar a resolver una de las más llamativas carencias del Sporting de esta temporada. Djurdjevic tuvo en Granada una nueva oportunidad, que no logró aprovechar. Hizo un remate poco peligroso en el primer tiempo y en el segundo malogró, con un cabezazo desviado, un centro de Traver que le encontró solo al segundo palo. Y, como viene siendo habitual, participó poco en el juego. En cambio, Blackman, que le sustituyó en el minuto 60, se dejó ver, y mucho. Pudo marcar a los cuatro minutos de estar en el campo tras una muy buena cesión de Nacho Méndez, pero Rui Silva, el portero granadino, rechazó con el pie. Y remataría hasta cuatro veces más con peligro, ya fuera en acciones individuales o en combinaciones con sus compañeros, en las que supo desmarcarse para recibir o acercarse para apoyar. En una palabra, aportó aspectos del juego de los que hasta ahora su equipo estaba huérfano. Por eso si en el Sporting de Granada hubo no pocas cosas ilusionantes, la verdadera revelación fue Blackman.

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