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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Aberraciones abominables

Combatamos el machismo del derecho y del revés, que vivan las mujeres y se mueran sus verdugos

Hace unos días, Gertrudis, Gertru, la recién incorporada a la Hermandad de mujeres que son las Inocencias, y a la que tildaron de tiquismiquis y usuaria de un lenguaje pomposo y rebuscado, declaró que no le gustaba ni pizca emplear ni escuchar salido de boca ajena su apellido de Santos pues, según ella, era de gente inclusera, expósita, criada en un orfanato y sin familia decente; y a continuación les contó que había recibido un mensaje de ayuda y socorro de su amiga Fara, cuya lectura le había causado uno de los peores momentos de su vida, pues lo que le contaba produciría espanto a la persona de más alto temperamento flemático, ya que resultaba inconcebible que Ceferino, su pareja, aprovechándose de su sueño profundo no debido al alcohol ni a ninguna droga, sino al duro trabajo en un hospital de personas inválidas de todas las edades, donde hacía de acompañante, enfermera consoladora y pañuelo de lágrimas, la había dejado totalmente calva, para después troncharse de risa al ver su cara de consternación y de rabia ante el espejo. Pero Fara, de pronto, dejó de llorar y le partió los labios con la misma tijera que él había manejado para dejarla pelona. Y Cefe se puso a sangrar y a sangrar, sin que pudiera siquiera amenguar mínimamente el copioso sangrado. Entonces Fara quiso llamar a la ambulancia, pero él se lo impidió y le dijo que telefoneara a Gervasio, un médico muy amigo que, tras expeler dos blasfemias, llegó en un santiamén, detuvo la hemorragia y se llevó a su clínica al herido, despidiéndose de ella con un "Adiós, carnicera sangradora Fara. Espero no verte jamás y sí ver a Cefe al lado de otra mujer que no sea como tú, una psicópata altamente peligrosa." Fara quería que Gertru la ayudara a recuperar a su marido y que fuese la mediadora para acabar con aquella situación que la estaba matando, y la buenaza de Ger lo intentó, aun segura de que nada iba a resolver; y así fue, ya que Ceferino le reprochó haber entrado en el juego de aquella perturbada Farita. Sin embargo, después siguieron viéndose a diario, hasta que él obtuvo el divorcio y decidieron casarse, pero la víspera de la boda, cuando estaban con una pandilla de amigos en un bar, entró Fara con una sonrisa pavorosa de bruja de cuento muy malvada que los puso en guardia y decidieron marcharse para evitar su mueca malévola que anunciaba tormenta, sin reparar en que ella salía detrás, casi pisándoles los pies. Primero se abalanzó sobre Cefe para darle varias punzadas con las púas de un tenedor en la cara. A continuación, llamando a Gertrudis "zorra del infierno," se fue y ella escuchó la llegada de la ambulancia y se desmayó. Poco después se despertó en la cama del hospital adonde habían llevado a Cefe moribundo, pero con posibilidades de salvarse, aunque no quería sobrevivir, según él le dijo a un enfermero, para a continuación abrir la ventana y con la velocidad de un águila tirarse de cabeza al jardín del hospital quedando muerto en el acto; entonces, debido a la terrible noticia, Gertru espantada gritó: "Yo no pienso suicidarme jamás aunque este mundo sea terrible, cruel, injusto, doloroso, aberrante y abominable pues, si me quitara la vida, sentiría que le daba en el vientre patadas muy dolorosas a mi madre que me llevó en él nueve meses y me dio la vida y me cantaba antes de dormirme acariciándome la frente: Gertrudis, mi niña amada, te quiero con toda el alma. Eres mi amor, mi gozo ahora y lo serás también mañana. Al menos me alegra esa esperanza". Tras una breve pausa, añadió: "Después de tener una madre así, una madre que inventaba canciones que me cantaba para dormirme y que conmovían a los ogros más inhumanos y feroces, estoy obligada a vivir y a disfrutar de la vida, pensando que mamá está a mi lado, más cercana que mi ángel de la guarda". Entonces escuchó risitas y murmullos acerca de su inmadurez y debido a haberse quedado en la infancia. Y ella chilló que la niñez era un tiempo sonriente de cantos, juegos y poesías, por lo que despreciarla constituía una aberración abominable.

A continuación entró un grupo de Inocencias que la abrazaron recomendándole que no hiciera caso de quienes se reían de que protegiera del olvido los recuerdos y vivencias de niña, porque eran sin duda personas heridas y agriadas a quienes los adultos de su familia y entorno les habían robado esos días de fe en la existencia de las hadas madrinas y de los gnomos alegres que bailaban por la noche iluminando la habitación de las niñas y niños que temían la oscuridad nocturna y creían en la existencia de esos seres, invisibles a los ojos de quienes, al crecer, los dejaban atrás, muy lejos de sus vidas. Entonces Melina Pombal, con toda su añoranza y dulzura recordó que sus noches de niña eran para ella mejores y más alegres que los días, porque su abuela Damiana se sentaba en el borde de la cama y le cantaba romances viejos, de los que su romance favorito seguía siendo el titulado "Romance del Amor y de la Muerte" que decía así: "¿Dónde vas, buen caballero, dónde vas tú por ahí? Voy en busca de mi esposa que hace años no la vi.

"Si tu esposa ya se ha muerto, que yo la vide enterrar; las señales que llevaba yo te las puedo explicar. Su carita era de cera y sus dientes de marfil, y su leve pañuelito de un rico carmesí; la llevaban cuatro duques y caballeros más de mil.

"-Haya muerto o no haya muerto, yo a su casa me he de ir.

"Al subir las escaleras una sombra negra vi. Mientras más me retiraba, más se me acercaba a mí, diciéndome tiernamente: Siéntate, buen caballero, y no te asustes tú de mí, que soy tu esposa querida que hace un año me morí. Los brazos que te abrazaban a la tierra se los di; y a la boca que besabas los gusanos dieron fi. Cásate, buen caballero, cásate y no andes así y a la primer hija que tengas ponle Rosa, como a mí".

Todas aplaudieron a Melina y, a continuación, se hizo un silencio profundo, pesado, roto por una enfermera muy joven y alegre que le anunció a Gertru que al día siguiente le darían el alta. Todas aplaudieron y la besaron y abrazaron y convinieron en celebrar aquella buena nueva más que las bodas de Camacho "el Rico" que se cuentan en el Quijote. Y como colofón, la Inocencia Angelita Perdigón dijo que iba a rezar una plegaria para que llevaran a la momia de Franco a Galicia, su tierra de nacimiento, y lo sepultaran allí, en Ferrol, lugar de su venida al mundo, que ya no se llamaba del Caudillo, para acabar con esa macabrada de no darle al fin sepultura fija, lo que le parecía también una aberración abominable. Las demás le pidieron que hiciera la oración mudamente, porque no tenían ganas de murgas tocantes a ese hombrecillo que había sido tan inhumano, peligroso y filonazi.

Después de que Geli terminara su rezo silencioso, cantaron el himno de Las Inocencias, e incluso Brenda Tusano, antes Gusano y Goyita Mir, lo bailaron y gritaron: También somos feministas de la cabeza a los pies. Combatamos el machismo del derecho y del revés con palabras y acciones y el ruido de los tambores, pues si la machada escrotada tiene testículos a los que llama huevones, nosotras tenemos ovarios y pezones para acabar con la bestia machista, asesina de mujeres. Y que vivan éstas y se mueran sus verdugos, castigadores aberrantes y abominables.

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