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Cristianismo y Universidad en Salamanca

La Universidad de Salamanca está celebrando los ochocientos años de su existencia. Fue Alfonso IX quien, en 1218, fundó el Estudio del Reino; Alfonso X el Sabio lo dotó, en 1254, de once cátedras; y el papa Alejandro IV lo convirtió, en 1255, en "Universitas", concediéndole el privilegio de tener sello propio y el de que los grados conferidos por ella tuvieran validez, para enseñar, en todo el orbe católico, excepto en las universidades de París y Bolonia.

Con el transcurso del tiempo, la Universidad erigida a orillas del Tormes llegó a brillar con particular fulgor en medio de las instituciones académicas que acopian la totalidad de los saberes. De entre las ciencias que allí se impartían, el Derecho (Cánones y Leyes) devino la más relevante. La Teología fue introducida en 1381, de la mano de Pedro de Luna.

En 1852, la Universidad de Salamanca dejó de ser pontificia y cesaron las titulaciones en Derecho Canónico y Teología, disciplinas que habían cultivado, una u otra, bien como alumnos, bien como profesores, figuras egregias de la cultura española: Alonso Fernández de Madrigal (el Tostado), Juan de Torquemada, Juan de Segovia, Hernán Cortés, Fernando de Rojas, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Melchor Cano, Domingo Báñez, Luis de Alcalá, Martín de Azpilcueta, Tomás de Mercado, Francisco Suárez, Juan de la Cruz, Luis de Góngora, Pedro Calderón de la Barca, Juan Meléndez Valdés, Miguel Martel, Juan Nicasio Gallego o Manuel José Quintana. Algunos de éstos destacaron en otras artes y ocupaciones, pero frecuentaron en su día, como discentes, las clases de Derecho o de Teología.

Las aulas salmantinas acogieron, hasta ese momento en el que se suprimieron los títulos en ciencias sagradas, a la primera mujer universitaria del mundo (Beatriz Galindo), la primera profesora universitaria de que se tenga noticia (Lucía de Medrano), los creadores del Derecho internacional y de la Ciencia económica moderna (autores de la Escuela de Salamanca), la redacción de la primera gramática de una lengua romance (Antonio de Nebrija), el primer matemático moderno e introductor en España del cálculo diferencial e integral (Juan Justo García), el primer curso de Economía política (Ramón de Salas y Cortes), los redactores de la primera Constitución española y el primer divulgador en nuestro país de las obras de Kant y Bentham (Toribio Núñez Sessé).

Como puede apreciarse, para ser una Universidad con estatus eclesiástico, su contribución al desarrollo de la historia del pensamiento no ha estado nada mal, aunque no faltará, con todo, quien se empeñe en decir que la Iglesia no ha sido nunca amiga ni de la ciencia ni de la razón.

Con el fin de repristinarla en su genuina y primordial naturaleza fundacional, y fuese "omnium scientiarum princeps", primera y cabeza de todas las ciencias, la Iglesia instauró, en 1940, en la Ciudad del Tormes, las facultades de Derecho Canónico y de Teología. Lo hizo en el marco de un más amplio y exitoso proyecto académico y cultural: la creación de la Universidad Pontificia de Salamanca. A la que, por cierto, una encuesta reciente ha colocado como la tercera en el ranking de universidades españolas más apreciadas por sus propios alumnos.

En Salamanca se han entrelazado admirablemente la fe cristiana, la razón, el arte y la historia, con el aderezo de un inagotable alborozo estudiantil, que el autor de "La tía fingida" describió en estos términos: "Advierte, hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, archivo de las habilidades, tesorera de los buenos ingenios, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes: gente moza, antojadiza, arrojada, libre, liberal, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de buen humor".

Así es Salamanca, unamuniano alto soto de torres, que enhechiza al que, deambulando por sus calles y plazas, capta, en los áureos rayos que destellan los sillares dorados de su monumental arquitectura, la luz que emana de la Sabiduría que en ella mora.

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