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Sol y sombra

Otro tiro por la culata

Ábalos, la caspa, la cinegética y la tauromaquia

Cataluña está en el epicentro de la furia visigoda, pero también la caza y los toros que se han convertido en banderines de enganche de las filias y de las fobias de este país. Tan surrealista es basar el ideario político en una pasión nacional como hacerlo denostándola. Las dos tendencias cargan las escopetas. Habría que empezar a ser algo más tolerantes y aceptar con deportividad vestigios asumidos durante siglos como la cinegética, basada en la relación ancestral del hombre con la naturaleza, y la tauromaquía, parte de una cultura que distingue a este país. ¿Qué hay quienes detestan los toros? Ya lo sé. A otros no les gustan las carreras de motocicletas y les parece ridículo el pino puente, y a nadie se le ha ocurrido montar campañas en contra.

El animalismo, aunque a veces parezca producto del delirio, es respetable pero no debe convertirse en el principio y el fin de todo. Muchos menos si actúa como un prejuicio de falsa modernidad, envuelto en la exasperante corrrección política a que acostumbra. Antes que los derechos de los animales, tratados como si fueran los de los propios humanos, están los que otorga la historia y forman parte de la sociología centenaria.

Ábalos, que parecía de todos los ministros el menos propenso a equivocarse, lo ha hecho garrafalmente llamando casposos a los cazadores y los taurinos. Siendo, además, como es, hijo de Carbonerito, un torero, y acudiendo de vez en cuando a las plazas, el desliz está desprovisto de una mínima coherencia y carece de sentido de la oportunidad. Como es inoportuno despreciar de esa manera las claves sociológicas que influyen en los votantes socialistas de Extremadura, Castilla o Andalucía.

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