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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Amor amoris

El cuaderno verde de una mujer esclavizada por un hombre tiránico que la despreciaba

Tras haber realizado unas compras aburridas de material de limpieza del hogar, Gadea introdujo con mano temblona en la cerradura la llave, impaciente de abrir el pequeño y grueso cuaderno verde que había encontrado tirado en la acera, justo delante del portal de su casa, segura de que sus páginas estaban escritas por una persona interesante.

Sin cambiarse de ropa y ponerse la casera, se sirvió una copa de Beaujolais Nouveau, su vino predilecto, y empezó a leer el contenido de aquellas paginitas.

Amor amoris -comenzaba la primera- yo te quería. Pero tú no sabías querer o ignorabas lo que yo consideraba amor. Por eso me sentía tan desdichada. Eras amable a veces, pero en muchas más ocasiones te mostrabas tan hosco, frío, gélido, que me hacías llorar con amargura y desconsuelo. No podía soportar con serenidad que te alejaras de pronto y, sin decirme nada, te transformaras en una figura glacial y silenciosa que me daba la terrible impresión de que te ibas para siempre a una tundra oscura y lejana, inaccesible por completo para mí.

"Yo te quería" te escribí al principio de este cuadernito verde que me regaló mi sobrinito Macario, de ocho años, para que relatara en él lo que me diera la gana, aunque me advirtió que le gustaría que hablase un poquito de su persona. Y le entusiasmó que escribiera que su nombre, de origen griego, significa feliz. Y debo confesarte, amor, que ahora me encuentro dolorosamente desconcertada, en un camino muy oscuro del que no sé cómo salir. Pero de repente, en este instante, escucho una canción. Es la voz de un hombre pero, ¡ay!, no la tan querida para mí, que solo es la tuya, tuya. ¡Ah!, quizá porque quiero borrarlo de mi vida y memoria, se me olvidaba decirte que ayer en un sueño me matabas. Me ahogabas y estrangulabas con tus manos que tanto amo, cantándome "No escucharé más tu voz de gata sabihonda que me quema los oídos con sus mareantes, burdas y bordes palabras", lo mismo que me dices cuando te enfadas y me haces llorar y pensar que no me quieres. Estoy loca, loca. Lo sé. Pero no me importa. La locura consiste en saber cruzar al otro lado del espejo de la vida y regresar, no quedarse allí prisionera como Alicia. A ti no te agradan los cuentos de hadas y a mí tampoco. Después la voz desconocida del hombre cantarín comenzó a apagarse hasta quedarse muda por completo, pero el silencio no fue muy duradero ya que, al cabo de unos minutos, oí este otro canto emitido por una mujer: "Amor, te amaba y ya no te amo. Pero volveré a amarte, creo". Yo sé que tengo que hacer algo estrepitoso para que vuelvas a amarme de verdad, una acción que te deje conmocionado, turulato o, lo que es lo mismo, lelo por completo. Creo que ya lo tengo: convertiré mi precioso collar de aljófares que me regaló mi abuela en una cadena para el reloj de bolsillo de oro macizo de mi abuelo que introduciré como preciosa sorpresa en el rosconcito de Reyes que voy a regalarte.

Todo aquello le repugnó a Gadea hasta la náusea, pues la lectura del cuadernito verde la había empapizado hasta sentir asco. Sobre todo le repelía saber que la protagonista de la historia del cuaderno extraviado se llamara Electra, como la princesa de Micenas, tan entera, dura, racional y al mismo tiempo capaz de piedad y ternura. Se sirvió otra copa de Beaujolais y se dijo que era una estúpida que se había equivocado totalmente acerca de la autora de la literatura contenida en el pequeño cuaderno verde demoníaco, pues era evidente que la tal Electra se trataba de una necia, esclava de un hombre tiránico, un despótico machista de mierda que la despreciaba. Así que en el cuadernito escribió: Siento decirte que me das asco, pero creo que aún estás a tiempo de liberarte de la esclavitud a la que te somete ese amo al que obedeces sin rechistar y que es sin duda un tirano gilipollas lleno de complejos de inferioridad, merecedor de que lo mandes al otro mundo con una infusión venenosa de arsénico o cianuro mezclada con el café. A continuación lo metió en un sobre dirigido "A la atención de la dueña del cuaderno verde del interior" y lo dejó en la acera, pero las callejeras gaviotas y palomas hambrientas destrozaron el sobre y su contenido, mientras las contemplaba tarareando la canción infantil que le llegaba del jardín cercano: "Al pasar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser -y se unió al cantar cambiando la letra de los versos siguientes por estos: "para que lo sepas, barquero grosero, de hocico de cerdo, macho vil y abyecto y también rastrero, lobo carnicero de niñas inocentes y de algunas mujeres", mientras la gente que circulaba por la calle se paraba a escucharla muy divertida y trataba de darle unas monedas que rechazaba sonriente.

A los pocos días escribió en un folio con letras mayúsculas: "Vi esta noche el río de los poetas muertos. Los ojos de Garcilaso brillaban en el azul de sus aguas. Pessoa y Boscán, tomados de la mano, reían y danzaban. Qué alegres estaban en la otra orilla de la vida". Hizo con el papel una mariposa, abrió la ventana y la echó a volar. Luego se fue sin despedirse de nadie. Pero poco después se supo que aquella joven extraña y misteriosa que se llamaba Gadea había ganado un premio internacional muy notorio de pintura por un cuadro donde una niña muy risueña, en un jardín, se columpia rodeada de hojas verdes de árboles y de cuadernos en los que, con letras de ese color, se leía: El cuadernito verde era tuyo y mío y ahora es de mucha gente y de ninguna de las dos. Espero y deseo, Electra, que seas libre y no sigas viviendo avasallada en régimen de opresión bajo la férula de quien se cree tu amo y señor, porque tú se lo permites debido acaso al miedo o puede que a causa de que no te ames ni valores como mereces.

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