La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sol y sombra

Plásticos

Una vendedora de prendas de piel me contó todavía no hace mucho que cuando alguien se resistía a comprar zapatos de cuero le recomendaba los de plástico. "Es la alternativa", decía. Pero, a la vez, me explicaba que no entendía por qué personas supuestamente comprometidas con la vida animal y el medio ambiente resultaban ser, sin embargo, tan poco exigentes con los materiales plásticos.

El plástico, por regla general, es un auténtico horror. Representa un buen número de cosas que me desagradan. No sé por qué extraño mecanismo he asociado, además, durante tiempo, la idea del plástico al amarillo, que es el color que me produce urticaria visual.

La comida, los libros, objetos que forman parte habitual de las compras que hago, ofrecen por su naturaleza resistencia a las bolsas de plástico. Desde el punto de vista de la conservación y de la estética. No conozco país civilizado que recurra tanto como España a este material para envolver o transportar cosas. Con él en las manos siento cómo se me acelera la sudoración; los plásticos resultan intolerables incluso como fobia.

Ahora, la Unión Europea está, según parece, decidida a acabar en dos o tres años con la plaga del plástico que inunda los mares. No permitirá la venta de bastoncillos de los oídos, que mal utilizados propician severos tapones; los cubiertos y las pajitas, entre otros muchos productos desechables. Es decir una gran mayoría, porque el plástico, tal es su insignificancia material, está pensado para desecharlo. Este tipo de objetos, los bastoncillos taladradores de las orejas, los cubiertos y las pajitas, se encuentran entre los diez residuos que con más frecuencia hallamos en las playas. También, los vasos que tanto se prodigan para beber de todo de la manera menos potable posible con el fin de salvaguardar de las multitudes el vidrio o el cristal.

El principal problema es la baja reutilización de algunos de los objetos de plástico más recurrentes. Usar y tirar siempre ha sido un mal negocio para la calidad de vida.

Compartir el artículo

stats