La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tormenta de ideas

Que se pudran en la cárcel

Cuántas Martas, Dianas o Lauras tienen que sufrir para adoptar medidas contra quienes matan a sangre fría

No puedo ni quiero imaginarme la noche del 24 en casa de los padres de Laura. No puedo. Sé que no hay nada más antinatural que la muerte de un hijo. Me imagino que el duelo no se acaba nunca, que una parte de ti misma se va con ese hijo. Pero si, además, esa muerte se produce como la de ella, el dolor tiene que ser insoportable. Supongo que ahora ellos tendrán un cúmulo de sentimientos. Pena, horror y rabia. Mucha rabia. Una rabia que seguro acabará convirtiéndose en un monstruo que devorará la alegría de esa familia. Se preguntarán, como yo, si esto hubiera podido evitarse, si realmente esta agonía de tantos días tiene algún tipo de sentido. Se preguntarán cómo es posible que en un estado de derecho, ese al que loan constantemente nuestros políticos, esté en la calle un asesino como el de Laura. Se preguntarán, como yo, si dormirán por la noche todos esos que hablan de derogar la ley de prisión permanente revisable, donde ya me sobra (y mucho) el revisable. Sí, y ahora viene el buenismo ese del que estoy hasta los mismísimos, diciendo que estoy hablando con las vísceras, que no se puede legislar desde el odio, y mientras tanto siguen muriendo mujeres que no pueden estar seguras porque a los jueces y legisladores de este país les da exactamente igual, y priman mucho más los derechos de los delincuentes que los de los ciudadanos. Todo el mundo sabe que los psicópatas no se reinsertan, que los asesinos de esta calaña reinciden prácticamente siempre.

Y nos preguntamos cómo es posible que una persona que ha matado cruelmente a su anciana vecina, con alevosía, con saña, que ha robado con violencia, que ya ha intentado violar a otra chica, pueda estar en la calle sin ningún tipo de revisión ni de vigilancia. Cómo es posible que viviera frente a la víctima y nadie lo supiera, qué tipo de seguridad existe en nuestro país que hace que podamos tener de vecino a un monstruo como el del Campillo. Algo falla. Y es hora de arreglarlo. Es momento de abordar con toda la serenidad del mundo que tenemos derecho a no tener miedo, a vivir en tranquilidad, a que nosotras o nuestras hijas puedan salir a la calle solas, como hace años podíamos hacerlo. ¿Por qué hemos llegado a esto? Pues porque hay algunas personas, las que más ruido meten, que se empeñan en defender derechos de quienes no tienen que tener ni el más mínimo, porque no los merecen, porque invaden y destruyen los derechos de los demás, el más elemental, el derecho a la vida. Pero se echan las manos a la cabeza cuando decimos, desde la más absoluta serenidad, que se pudran para siempre en la cárcel. Sin revisión. Así, como suena. Porque ¿quién da los permisos para que salgan estos bestias? Un equipo técnico. El mismo que ha dejado salir a su hermano de permiso, un hermano que también ha asesinado despiadadamente a otra mujer y al que hemos visto disfrutar del fin de semana. En el caso del asesino de Laura ya se había cumplido su condena. ¿Condena? Matar a sangre fría a una anciana para que no testifique, robar, intentar violar, etc. Toda una vida delinquiendo, para que su condena le permita salir "limpio" y en plenas facultades psicópatas con 50 años. Ausencia total de empatía. Un psicópata de libro al que abren la puerta para que siga acechando, violando o matando. Un equipo técnico que supongo que considera que están reinsertados y les abre la puerta para que sigan aterrorizando, para que las mujeres tengamos que mirar siempre alrededor cuando salimos solas, para que los padres no estemos tranquilos hasta que vuelvan a casa. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Cuántas Martas, Dianas o Lauras tienen que sufrir esta barbarie para que se tomen medidas? Para que seamos conscientes de que los psicópatas tiene una base biológica, pero que se debe intervenir desde la infancia, cuando comienzan con trastornos importantes, en salud mental, en la familia, en la escuela, y cuando ya no hay remedio, deberíamos tener una justicia que los alejara de una sociedad que evidentemente no significa nada para ellos, una justicia a la que no le temblara el pulso para dictaminar prisión permanente. No los queremos. No se reinsertan, vuelven a matar, a violar. Que se pudran literalmente en la cárcel.

Compartir el artículo

stats