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Sol y sombra

Tiempo de regalos

Las prisas y el consumo compulsivo impiden afinar en los obsequios

Mi tiempo de los regalos no es el de Patrick Leigh Fermor que escribió con ese título uno de los mejores libros de viajes del siglo pasado. Mi tiempo de los regalos, como el de tantos otros seres por estas fechas, viene consistiendo en una bufanda y un frasco de perfume. Tengo más bufandas que Marichalar. La colonia, afortunadamente, no es tan duradera, se evapora con facilidad y es necesario ir renovándola.

Circula por ahí un estudio que refleja que la mitad de las personas que reciben regalos en Navidad se muestra indiferente o a disgusto con ellos. Al mismo tiempo que se certifica esta especie de fracaso social se publican guías detalladas para devolver en las tiendas los obsequios; el tique de regalo que permite hacerlo está omnipresente en cada compra.

Pero las prisas y el consumismo se traducen en que casi nadie da con el gusto de nadie: un niño alemán, incluso, llamó a la Policía muy enfadado para quejarse de que los regalos de Papa Noel no se correspondían con los que había pedido en una carta, que probablemente se traspapeló. Los niños alemanes aprenden enseguida a revolverse contra la ineficacia. Y Papa Noel no es infalible.

La conclusión es que se regala cada vez más pero de una forma tan compulsiva y hasta vertiginosa que impide afinar como es debido. Lo mismo que la supuesta mayor comunicación social entre los humanos por cha no evita la soledad de muchos de ellos. La masificación del regalo y del cha, en realidad, sólo beneficia a las tiendas y al negocio de la mensajería instantánea. El fallo, casi siempre, está en la desproporción que incita al error.

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