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Clave de sol

Sobre un gran error de la Transición

La España auténtica frente a los particularismos

En los años 70 del pasado siglo, el doctor Velicia, destacado médico de la gran empresa siderúrgica asturiana Ensidesa, había ideado un método teórico para curar un mal de la sangre. Se trataba de una transfusión en rueda del afectado con un número suficiente de voluntarios sanos entre los que se repartiría el mal hasta hacerlo eliminable. El experimento se detuvo porque podría tener la desagradable consecuencia de expandir la enfermedad en vez de curarla.

No se me ocurre un símil mejor sobre las llamadas autonomías, un neologismo polivalente en nuestra Constitución, que han conseguido diseminar competencias y potenciar localismos, incentivados cuando no absurdos, por toda España. La clave estuvo en los momentos aurorales de la llamada democratización tras los casi cuarenta años de dictadura. Entonces, con buena intención, los padres de la Constitución quisieron resolver el latente problema de los particularismos catalán y vasco.

Y lo intentaron con la novedad constitucional de las llamadas autonomías para tratar de contentar a quienes no se iban a contentar con rosquillas para todos. El invento autonómico no sólo fue lo que se dice pan para hoy y hambre para mañana, sino que tuvo la imparable consecuencia de los particularismos, con sus enfáticos gobiernos y pequeños parlamentos regionales.

Así se escribieron 17 historias nuevas y distintas, se potenciaron dialectos con pretensiones de idiomas, se crearon barreras artificiales y fue incrementada la burocracia pública de manera exponencial. Todo ello echó gasolina sobre el creciente conflicto vasco, causante de centenares de gratuitos asesinatos e inevitable preludio mimético del actual incendio catalanista.

No todo fueron aciertos en los tiempos aurorales de la democracia. Y me atrevo a sospechar que uno de los tres supervivientes de los padres teóricos de la Carta Magna, participantes en los eventos conmemorativos de hace pocas fechas, tuvo seguramente algo que ver con el complaciente sesgo de los artículos finales ante los particularismos que, según queda dicho, no se mostrarían satisfechos nunca por su propia naturaleza.

Recuperar la unidad de la España entera y verdadera, con toda su historia común y sus matices, no será tarea fácil: el desorden catalán dice muy poco de la clase política en general, de antes y de ahora. Fruto indudable de planteamientos timoratos y complacientes con una transgresión en la que el papel de "malos" es sustentado con resignación precisamente por quienes tienen todo el derecho, todo el deber, toda la razón y hasta todo el honor de sentirse españoles hasta en el último metro cuadrado del territorio nacional.

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